“Hay una búsqueda del alma perdida”

El filósofo Sebastián Dozo Moreno asegura que, tras siglos de racionalismo, transitamos la era de una cultura más humana y femenina, que despierta nuestro lado más sensible para abrirnos hacia los demás. De nuestra edición impresa de mayo.

 

«La filosofía occidental ha muerto”. Contundente y perturbador, Sebastián Dozo Moreno, profesor de Filosofía, escritor, poeta y periodista, asegura que ha fracasado el sistema teórico cuya piedra angular era el Homo rationalis y que desde la inspiración griega antigua tomaba a la razón como el parámetro de la conducta y como el único elemento capaz de brindar todas las herramientas necesarias para alcanzar la verdad.

Suena extraño que ese mismo conocimiento que ha permitido al hombre del siglo XXI erigirse como amo y señor de un mundo tecnificado y globalizado reniegue de los fundamentos que lo pusieron en este lugar.

“Esto no significa que el hombre moderno reniegue de la filosofía. El hombre necesita pensarse y repensar su destino, quizás hoy más que nunca; pero se ha dado cuenta de que no encontrará el camino sólo a través de la razón, porque eso habla de un hombre partido, mecanicista, y así no podrá llegar a su verdadera esencia. El hombre necesita de la filosofía, pero no de la que hasta ahora conocíamos”, explica Dozo Moreno.

altVivimos en un mundo que cambia segundo a segundo, en una vorágine que apenas podemos digerir. Pareciera que hoy, más que nunca, necesitamos un espacio para poder detenernos y meditar sobre todo aquello que nos hace ser lo que somos. A la sociedad tal vez nos sorprenda pensar que ese conjunto de ideas fundamentales sobre las que durante siglos se ha cimentado nuestra cultura haya demostrado en pleno siglo XXI que es ineficaz a la hora de resolver las cuestiones esenciales de la vida.

¿Será posible que la madre de todas las ciencias pueda desaparecer? ¿El hombre quedará solo y a la deriva, sin poder encontrar un espacio para ponerse a pensar sobre las notas que marcan su propia esencia? ¿O quizás, a pesar de todos los avances de las ciencias exactas, estamos frente al nacimiento de una nueva filosofía, distinta de la que conocemos y más cercana a las necesidades del hombre actual? Durante una charla con Sophiaen la editorial que dirige, Bergerac Ediciones, este filósofo de 46 años nos ayuda a pensar estas y otras cuestiones relacionadas con la esencia de los seres humanos.

–La filosofía que conocemos es la que nos ha guiado hasta el lugar en el que estamos hoy. ¿Es posible que todos los pensadores hayan estado equivocados?

–Durante siglos, pensadores y hombres ilustrados inculcaron la errónea idea de que sólo a través del conocimiento el hombre sería capaz de dar respuesta a todas las preguntas. Pero ese sueño europeo grecolatino, que entronizaba a la razón como la única fuente para lograr la plenitud del hombre, se quebró en mil pedazos cuando la parte instintiva y sensible del hombre, que permanecía acorralada, se sublevó. Las guerras mundiales son la manifestación de este fracaso de la razón, tan disociada de la vida. Hay una anécdota que cuenta que cuando vieron que el filósofo alemán Arthur Schopenhauer era un hombre alegre, vital y amante de la  gastronomía, lo increparon diciéndole: “¿Pero cómo puede ser, si usted es un pesimista en su filosofía?”. Él les contestó: “La filosofía es una cosa, la vida es otra”. Éste es el claro ejemplo de lo que sucede con esta filosofía que conocemos: está disociada de la vida.

–Ante esa disociación, ¿dónde busca respuestas el hombre?

–El gran cambio llega en el siglo XX, cuando se lleva la psicología al plano filosófico. Sigmund Freud abre el camino, pero el que termina por hacer el cambio es Carl Jung, quien dice: “Hemos abandonado el plano espiritual del hombre, hemos abandonado el sentido de la vida”. Cuando se intenta llevar a la práctica la aplicación de los pensamientos filosóficos, el ser humano se da cuenta de que esto no es posible, que no sabe cómo encontrarse a sí mismo, que no sabe cómo lograr su integridad como persona. Entonces, sucede un fenómeno muy curioso: si uno piensa que la filosofía es la ciencia de lo que importa, se da cuenta de que, en realidad, casi no se ha ocupado de lo que importa  durante todos estos siglos. Lo único que ha hecho es caer en bizantinismos y en racionalismos obtusos. Y es entonces cuando llega la psicología, una ciencia que se ocupa de las personas con sus problemas particulares y reales, y llena ese lugar que la filosofía había dejado vacío. Pero no siempre fue así; existió una filosofía sapiencial de corte oriental, o la de Seneca en Roma. Incluso Platón, pese a todo su racionalismo, buscaba la sabiduría. Después, todo se tornó en una discusión intelectual que lo que menos hizo fue acercarse al hombre y a su realidad.

–¿Quiere decir que la filosofía perdió el rumbo y se quedó en una búsqueda del conocimiento por el conocimiento mismo?

–Sí, sobre todo, se quedó en un conocimiento abstracto, más relacionado con una descripción teórica de lo que es el alma humana, que terminó siendo muy academicista, muy racionalista, en lugar de acercarnos a un conocimiento del hombre y sus problemas existenciales. Podemos ver esto en pensadores como Martin Heidegger; o los más contemporáneos, que aunque se dicen existencialistas, también tienen ideas muy alejadas de la realidad concreta de las personas.

–En este escenario la psicología gana espacio…

–La psicología profunda viene para rescatarnos de ese camino errado que tomó la filosofía occidental. Cambia ese paradigma por el de la introspección, la indagación de la persona sobre sí misma. Por eso, Jung es el gran filósofo de los tiempos modernos. Para él, cuando una persona llega a la mitad de su vida, debería iniciar un camino de autoconocimiento, detenerse y dejar la actividad frenética para comenzar a preguntarse: “¿Quién soy?”, “¿Hacia dónde voy?”, y así buscar su integridad. Esta etapa de maduración es imposible de llevar a cabo sólo con la razón. Con la psicología profunda, el hombre va a la experiencia. Lo interesante es que, a diferencia de muchas corrientes filosóficas, esta psicología profunda –que, en mi opinión, es filosofía pura– no pretende aplicar un método estricto, sino que las personas deben hacer consciente todo lo que está oculto o negado en el inconsciente, lo que les hace mal, lo que las daña, sus temores, sus traumas, que después la vida misma irá trabajando.  Filosofar no es tratar de resolver en forma voluntaria, programática y racional mi vida, sino hacer conscientes las cosas y, así, obrar en consecuencia. Entonces, estamos ante una filosofía que confía mucho en la vida misma. No es una receta única que se aplica a todos por igual, como si fuésemos un mecanismo perfecto.

–¿Cuáles son las grandes preguntas que se hace el hombre hoy?

–La gran pregunta que las personas se hacen es cómo encuentran la paz interior, la plenitud, y cómo descubren el camino hacia la realización personal.

–Hoy tenemos plena libertad para encontrarnos a nosotros mismos, pero ¿es esto posible sin mapas? ¿No estaremos perdiendo el rumbo?

–Son épocas de mucha desorientación, de falta de maestros. Cuando surge alguno, causa furor. Además, este vacío genera la proliferación de falsos profetas, que son personajes rarísimos, esotéricos, que arrastran multitudes, que crean enigmas en torno suyo, que son como semidioses que se siguen a ciegas. Muchas de estas nuevas corrientes pugnan por la idea de que el hombre es Dios, que es distinto a decir que el hombre puede encontrar lo divino en él. Por eso, vivimos momentos de grandes peligros, en los que corremos el riesgo de caer en un hermetismo narcisista de total entronización del hombre.

¿Creés que algo va a cambiar?

–Sí, estamos en un momento axial de la historia, de cambio inmenso. Mucha gente se resiste a creer que determinadas creencias o culturas pueden llegar a desaparecer o a reformarse, y convertirse en otra cosa. Es un momento de cambio profundo. El ser humano es religioso por naturaleza, pero va a cambiar su forma de relacionarse con lo trascendente, con la fe, con Dios.

–¿Hay una búsqueda de la espiritualidad?

–Es un  hecho que, a determinada edad, casi siempre a mitad del camino de la vida, como decía Dante, las personas tienen una crisis; sienten insatisfacción, un vacío. Pueden irse por el lado de la evasión, la alienación, la fragmentación; o pueden hacer una búsqueda espiritual. La persona llega a ese punto en el que dice: “Tengo lo que quería”, y se da cuenta de que está vacío o de que le falta algo. Ése es el momento de la oportunidad; puede decirse que se inicia una búsqueda interior y de cosas más sustanciales, no efímeras. Comienza un camino de retraimiento, que es también de crisis profunda; porque cuando uno se enfrenta a sí mismo, se enfrenta a sus debilidades, a sus miedos, a sus partes oscuras… Y pasar al otro lado no es fácil. Es entonces cuando la filosofía cobra su verdadero sentido, pero los filósofos de los libros que estudiamos en la escuela o en la universidad tienen muy poco que decirnos. Por eso, veo que las personas pueden encontrar en la logotorepaia de Víctor Frankl o en la psicología profunda de Jung respuestas que la filosofía no da.

–¿Para qué sirve la filosofía en nuestra vida hoy?

–Sirve para descubrir el profundo sentido de la vida. En esta Babel que es el mundo moderno, con conexión instantánea universal, las personas se buscan a sí mismas y desconfían de todo lo que sea genérico y totalitario, o de los grandes sistemas de pensamiento. El gran peligro de esta búsqueda del autoconocimento es caer en esa especie de narcisismo egocéntrico. En el mejor de los casos, quien se encuentra a sí mismo está mejor dispuesto que nadie para ir al encuentro de los demás. Son los cuarenta días, el tiempo que Jesús pasó en el desierto. A ese retraimiento, debería seguirle la apertura.

–¿Creés que a la gente le cuesta conectarse con el alma?

–En realidad, uno tiene conciencia de un órgano del cuerpo cuando le duele; cuando está sano, no lo siente. Tiene que llegar un momento de crisis o de dolor  para darse cuenta de que uno tiene alma. No sentimos el alma hasta que nos duele… Hay determinadas búsquedas o planteos que son realmente profundos e inciden en nuestra vida cuando provienen de una experiencia real, concreta y personal: de amor, de muerte, de desarraigo.

–Volvamos al fracaso de la razón. ¿Cómo continúa la historia?

–El racionalismo es algo especialmente masculino. Después del fracaso de la razón de la cultura occidental, empieza a expandirse una filosofía más orientada a la sensibilidad, a los sueños, a la emoción, que tiene que ver con lo femenino. Estamos en un tiempo en que lo femenino cobra una importancia inusitada. El alma es femenina como la razón es masculina; y hoy hay una búsqueda del alma perdida, predomina un despertar de la sensibilidad, un reencuentro con el cuerpo, con el despliegue de las emociones, que tiene que ver con el imperio de lo femenino. El triunfo de la psicología jungiana se relaciona con que apunta al lado más femenino del ser humano, para guiarlo hacia el autoconocimiento.

–¿Cómo se encuentra la claridad en este bombardeo mediático y tecnológico?

–Antoine de Saint-Exupéry decía que somos como hombres primitivos deslumbrados con juguetes sofisticados y algún día esta fascinación se acaba. Carl Sagan decía que si se encontrara con otra civilización más avanzada que la nuestra, lo primero que le preguntaría es cómo hicieron para superar la etapa del progreso tecnológico sin destruirse. Estamos en la etapa de fascinación hipnótica, deslumbrados por los objetos, pero es necesario salir de esta adicción narcótica que nos aleja del camino interior, del encuentro con nosotros mismos. Si uno no se hace tiempo para leer, para meditar, para contemplar, cae en la banalidad. Ése es el real desafío del hombre moderno: poder sustraerse y hacerse el espacio para tener un momento de intimidad.

–¿Qué cosas nos pueden ayudar?

–Creo que es útil buscar un ejemplo, una vida ejemplar; la aplicación práctica de los grandes pensamientos. Pero, repito, hay que tener cuidado con los falsos  profetas que ofrecen respuestas fulminantes y efímeras.

–¿Qué pasa con la ética?

–También se desmoronó, porque tampoco sirve marcar qué es el bien o el mal desde el afuera. Las cosas no se modifican porque se diga que algo está bien o está mal; sino porque uno, en determinado momento de su vida, cuestiona todo y pone en tela de juicio lo que es bueno y lo que es malo, más allá del deber ser. No es que todo da lo mismo, ni que el bien es mal o el mal es bien; pero se necesita ver qué hay de bueno y de malo dentro de uno mismo. Es inevitable caer en el error, pero gracias a eso, uno crece, y hay mucha gente que lo está entendiendo.

–Entonces, sos optimista… ¿La filosofía no murió?

–No murió porque esta filosofía es más humana; es una filosofía que comienza en el individuo para, desde allí, abrirse al otro y a la trascendencia. Soy muy optimista, pero creo que recién estamos dando los primeros pasos en el camino de esta nueva conciencia. Creo que hay corrientes, no muy ruidosas ni llamativas, que están en ese camino. Hay una reacción. Además, la humanidad tiene una capacidad de regeneración extraordinaria, y hasta en las generaciones nuevas se ve una sensibilidad y una apertura a lo espiritual. Así como los tejidos se regeneran solos, la humanidad también tiene esta capacidad de generar anticuerpos contra toda invasión de información y deshumanización. Descreo de quienes dicen que toda época pasada fue mejor; se están dejando atrás siglos de racionalismo occidental, de todo un paradigma que fracasó y, de golpe, se despierta otro lado del ser humano, más femenino, más sensible, más intuitivo y más espiritual.

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