Bush y el planeta rojo

George W. Bush, el mismo que atacó Afganistán e inició la guerra contra Irak, acaba de anunciar el plan de una misión tripulada a Marte. ¿Existe alguna relación simbólica entre estos hechos?

Marte, el planeta rojo, fue asociado desde tiempos remotos con el desorden y la destrucción. En Babilonia se llamó Nergal, dios de la guerra y los instintos inferiores, de la pestilencia y la muerte. Para los griegos fue Ares, dios de la guerra y encarnación de la violencia homicida (las dos lunas de Marte, descubiertas en 1877, recibieron los nombres de los hijos de Ares, Deimos y Fobos, dioses del Terror y del Temor).

Para los romanos se llamó Mars, dios de la guerra, de las tempestades y los terremotos… ¡Y los terremotos! (Cinco meses después de iniciado el ataque contra Afganistán, este país sufrió un terremoto en Baglán, mientras que Irán, país vecino de Irak, acaba de ser sacudido por un terremoto devastador que dejó de 30.000 víctimas). Por último, entre los incas, Marte se llamó Aucayoc y fue también dios de la guerra y las catástrofes naturales.

No parece una simple casualidad que el belicoso presidente de los Estados Unidos se interese hoy por el planeta de la guerra. Más bien, los hechos insinúan una coincidencia alarmante y significativa: alarmante, porque el deseo de Bush de llevar a cabo esa hazaña espacial no parece tener otra intención última que la guerra y su mayor eficiencia destructiva: quien conquiste primero el Espacio podrá conquistar, ante todo, nuestro planeta. Significativa, porque (si les creyéramos a los antiguos) tendríamos que admitir que el planeta de los violentos rige de un modo misterioso los pensamientos y las acciones del aguerrido Bush (y de ahí el interés de éste por su exploración y conquista). ¿Y tendremos que recordar que el 27 de agosto de 2003 Marte se acercó a la Tierra como no lo hace desde hace 60.000 años?

Se podrán tildar de supersticiosas estas ideas, pero siempre hubo asociaciones entre fenómenos celestes y hechos históricos. Los griegos documentaron, por ejemplo, que el día en que Pericles leyó su primer discurso cayó un meteoro en el río de la Cabra, y que el año de su asunción como general un terremoto sacudió (por influencia de Marte) a la enemiga Esparta. Los romanos crearon la leyenda de que el día de la muerte de Julio César cruzó por el cielo un cometa. Y el genial astrónomo Kepler, en el Renacimiento, dijo a su vez que la estrella de Belén resultó de la triple conjunción de un astro desconocido, Júpiter y Saturno. Así es que en todo tiempo y lugar se creyó que las estrellas son -al decir del poeta español Francisco de Quevedo- «árbitros de la paz y la guerra».

Y no es que le atribuyamos a Bush el poder de acercar Marte a la Tierra. Decimos que Bush, por su pasión bélica y planes espaciales, «parecería» estar bajo la nefasta y poderosa influencia del planeta de la guerra, y que esto confiere a los hechos un carácter simbólico muy sugestivo.

Se objetará que la futura misión a Marte fue presentada como un emprendimiento progresista para nuestra civilización. ¿Pero lo es? Caben estas preguntas:

En un momento en que más de la mitad de la población mundial padece hambre y pobreza, ¿es ético invertir miles de millones de dólares en la exploración del Espacio inhóspito? (En los países en desarrollo viven 1300 millones de personas por debajo de la línea de pobreza, más de 100 millones de personas viven en estas condiciones en los países industrializados y 120 millones en Europa Oriental y Asia Central). ¿Podemos creer todavía nosotros, hombres del siglo XXI, que el progreso real está ligado necesariamente a los adelantos de la técnica? (Ortega y Gasset escribió: «La técnica es la producción de lo superfluo, hoy y en la Era Paleolítica». Y por último: ¿Se opone la palabra civilización a la palabra barbarie, cuando los «más civilizados» ponen su empeño sobre todo en el enriquecimiento material y en el progreso de la carrera armamentista, despreciando el cultivo de la persona en su aspecto espiritual y humanista? (El agudo filósofo moderno Teodor Adorno advirtió que la civilización actual, surgida del espíritu de la Ilustración, representa una actitud de dominio autoritario sobre la naturaleza y el hombre, a un punto tal que nuestra civilización es en realidad -según palabras de Nietzsche- una barbarie estilizada.)

Por estas y otras razones, el plan espacial anunciado suena a oportunismo político y a ambiciones personales de autoglorificación y conquista, y nada más.

Pero en el supuesto caso de que la misión a Marte se llevara finalmente a cabo, entonces el primer hombre que ponga su pie en el planeta rojo deberá decir para las pantallas del mundo: «Este es un paso pequeño para la humanidad, pero un gran salto para George W. Bush».

 

El autor es escritor y profesor de literatura.

http://www.lanacion.com.ar/568452-bush-y-el-planeta-rojo

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