Zamora World
«El sueño de todo fotógrafo es comprarse una cámara cara para fotografiar a los pobres», decía el escritor español Gómez de la Serna. Y así, dejaba al descubierto la ironía de que a menudo la miseria se convierte en motivo estético y, hasta muchas veces, en espectáculo.
Pero ¿qué hay de atractivo o bello en la imagen de un niño famélico o una tapera lastimosa? «La pobreza está al desnudo, y el arte es lo que está detrás de las máscaras y las apariencias», dirán unos. «Es una denuncia social efectiva, y por eso ese tipo de fotografías suelen ser en blanco y negro, ya que lo importante es el mensaje», dirán otros.
De acuerdo, pero si se lleva al absurdo el argumento de la denuncia, no resiste el análisis, ¿o alguien habría visto con buenos ojos que la Madre Teresa de Calcuta, luego de alimentar a un niño desnutrido, se hubiera inclinado para obtener una instantánea de esa víctima del hambre? Y en cuanto al argumento de la belleza, ¿no está antes el argumento del pudor, según el cual toda persona en estado de indigencia merece no convertirse en espectáculo de nadie?
Y sin embargo, leemos en LA NACION que una empresa norteamericana de nombre Global Exchange ofreció en estos días un reality tour a la Argentina para asistir, en Mar del Plata, a la IV Cumbre de las Américas, pero no para que el turista participara de los eventos políticos, sino para que pudiera disfrutar de las protestas callejeras, que prometían ser ruidosas y hasta violentas.
«Visite la Argentina después del colapso de las políticas neoliberales», era el anuncio del sitio web de la organización. Y el itinerario incluía, entre otros atractivos, el encuentro con representantes piqueteros y Abuelas de Plaza de Mayo, el diálogo con delegaciones de los desocupados del norte de Salta y con indígenas desplazados de sus tierras, etcétera. ¿Y todo para qué? Para ofrecer unas vacaciones diferentes a los extranjeros que desearan darse «baños de realidad» del otro lado del mundo, y que por una rara mezcla de morbo y superficialidad hallaran placer en olisquear a los desharrapados y mendigos de los países subdesarrollados.
Pregunta obligada: ¿no merecerían esos mismos desharrapados ir a fotografiar, a su vez, a los «especímenes» del Primer Mundo, que ingieren comida sintética, no tienen hijos por motivos de confort y se comunican con celular aunque estén a metros de distancia unos de otros?
Pero esta moda turística de viajar para mezclarse por un rato con marginales de los países pobres no es ni nueva ni solamente foránea. En nuestro país, ya hay empresas que ofrecen al turista la posibilidad de visitar, por ejemplo, la Villa 20 de Lugano durante una jornada completa, y por «sólo 60 dólares». Claro que los más osados también pueden viajar en el tren fantasma de los cartoneros, introducirse en el laberinto de La Cava (repleto de máscaras del hambre que se asoman imprevistamente para asustar al intruso), o sumarse a una marcha de cavernícolas del siglo XXI, como los descriptos por H.G. Wells en La máquina del tiempo, armados de garrotes y con los rostros tapados.
En verdad, los países del Tercer Mundo ofrecen tal variedad de entretenimientos, que ya están listos como para tener su propio Disney World, con la diferencia de que los parques de diversiones de la miseria globalizada no deberán promocionarse con personajes fantasiosos sino crudamente reales y en blanco y negro, por supuesto (como las fotos de los indigentes).
Y es así como en vez de un ratón de fantasía, deberá exponerse a la entrada de las villas la imagen de un ratón de verdad, y la misma transmutación deberá hacerse con el resto de los míticos dibujos animados del paraíso capitalista: el hada madrina deberá ser una niña de vestido raído que hurga en la basura con una vara sin lograr convertir esa mugre en comida; Pluto (palabra que en griego significa `riqueza´), será hembra y se llamará Penia (diosa de la pobreza en el mito platónico). Blancanieves estará representada por una Abuela de Plaza de Mayo de carne y hueso. La Cenicienta (cuento de Charles Perrault adaptado por Disney), viajará en el carro de un cartonero, descalza, y luciendo un reloj sin agujas con la foto del susodicho ratón gris en el cuadrante?
Mientras tanto, la Walt Disney Company rodará filmes no «animados» sino «desalmados», en los que la Fea Durmiente será arrancada de su sueño por un policía impiadoso. Los 101 dálmatas serán simples perros callejeros manchados por la sarna, y en vez de la célebre Fantasía se producirá la película Realidad y estará protagonizada por los extras de la sociedad argentina y demás países en los que colapsaron las políticas neoliberales. (Pero, eso sí, con parte de lo recaudado se crearán comedores públicos y se harán muestras fotográficas de espeluznante belleza, para denunciar la situación de los desposeídos.)
Por último, como toque grosero de realismo, el conjunto de atracciones ofrecido por nuestro país, como los paseos por las villas de emergencia, la participación en una marcha piquetera, el viaje en tren con decenas de cartoneros y demás «divertimentos» tercermundistas, no se llamará Disney World sino Zamora World, en honor al que se cree que fue el nombre real de Walt Disney (José Zamora), quien además habría sido de origen andaluz y muy humilde, hijo ilegítimo de la lavandera Isabel Zamora y el médico Ginés Carrillo. Un dato «antimágico» digno de la anticumbre de Mar del Plata, ciudad a la que, además de los treinta y cuatro políticos convocados, acudieron estos turistas del Primer Mundo sedientos de hechos reales, cargados de cámaras y filmadoras sofisticadas como para convertir, paradójicamente, toda realidad en imagen virtual, todo suceso memorable en «instantánea», y todo acontecer penoso… en espectáculo.
http://www.lanacion.com.ar/754365-zamora-world