El misterio de Judas

¿Cómo sería recibido hoy un filósofo que escribiera que el cuerpo y la materia son algo impuro e indigno de la creación directa de Dios; que el matrimonio, la familia y la sociedad son trampas mortales para el hombre que busca la sabiduría; que el sexo es algo maligno; que la verdad sobre la vida es privilegio de unos pocos que conocen fórmulas filosóficas secretas, y que el cuerpo y el espíritu son opuestos irreconciliables?

Se lo calificaría de fanático y retrógrado, y a su obra se la condenaría al último anaquel de las bibliotecas. Sin embargo, éste es el pensamiento filosófico del autor del Evangelio de Judas, cuyos fragmentos traducidos del copto, hallados recientemente, fueron recibidos con entusiasmo en todo el mundo.

Según este escrito antiguo, que acaba de difundirse y que ya causó algún alboroto en el siglo III de nuestra era, Jesús le encargó a Judas que lo traicionara porque deseaba liberarse de la cárcel del cuerpo. Judas, por lo tanto, no lo habría traicionado a Jesús, sino que habría sido su más fiel colaborador.

Claro que, para el autor del manuscrito, Jesús no era el hijo de Dios, sino un iniciado en los misterios gnósticos. Más aún, según este “evangelio”, Jesús se habría reído de sus discípulos al verlos realizar el rito de la eucaristía, por estar adorando “a un Dios que no existe”. Todo esto, que resulta polémico o curioso, pierde calor cuando se conoce a fondo la filosofía gnóstica del autor del seudoevangelio.

Para los gnósticos (secta que apareció en el siglo II como una desviación del cristianismo), Dios es una energía impersonal que habita en cada persona y, por lo tanto, no está más allá de la realidad humana. Esa energía “divina” está encerrada en el cuerpo impuro, y el modo de liberarla es por medio de un conocimiento secreto (gnosis) al que muy pocos elegidos tienen acceso. Es lo contrario del cristianismo, que enseña que la verdad no es para una elite espiritual, sino para todos los hombres.

Según los gnósticos, el Jesús del sermón de la montaña no obra como un verdadero maestro espiritual, ya que un sabio no se mezcla con el vulgo ni comparte sus creencias infantiles. El Judas del texto en cuestión, iniciado en verdades ocultas, cree, en cambio, que Jesús es un ser superior igual que él y que por eso lo traiciona, a fin de liberarlo de la escoria de la carne. En reconocimiento a este sacrificio de su discípulo dilecto, Jesús le dice: “Tú, Judas, serás superior a todos. A través de ti, sacrificaré al hombre de que me visto”.

El que habla así, sin duda, es un Jesús gnóstico, que nada tiene que ver con el de los Evangelios, el cual no odia el cuerpo, anuncia la resurrección de la carne, acepta la muerte por amor a los hombres y no para quitarse el cuerpo de encima, y se mezcla con los marginales de la Tierra “para escándalo de los sabios”, que en su soberbia se creen por encima de los hombres y mujeres comunes.

El escrito que ahora se presenta como una gran novedad, y que fue “primicia” hace 1800 años, está, por lo tanto, muy lejos de coincidir con el pensamiento democrático moderno, que busca la universalización del conocimiento y reprueba todo tipo de sectarismo cultural o religioso, mal que les pese a los gnósticos y a los divulgadores de la reliquia egipcia.

Muchos se preguntarán por qué, entonces, armó tanto revuelo la traducción del controvertido papiro (que originalmente fue escrito en griego). Y la respuesta es simple. En primer lugar, decir que un hecho histórico fue exactamente al revés de como fue contado durante dos mil años, y presentarlo de un modo sobrio y “documental” por nada menos que por la National Geographic, despierta gran interés en una multitud televidente muy dispuesta a dar crédito a ese tipo de programas, ya que es más “entretenido” creer que se es testigo de una revelación histórica que observador de un mero espectáculo.

Lo mismo ocurrió cuando la cadena norteamericana Fox de televisión cuestionó, en un documental, la llegada del hombre a la Luna. A pesar de la inconsistencia del show montado y de la manipulación alevosa de la información, muchos acabaron creyendo que los astronautas Aldrin, Armstrong y Collins fueron los más grandes mentirosos del siglo XX (algo que tiene sin cuidado a los magnates de los medios televisivos, para los que el revisionismo parcial de hechos históricos ha resultado ser un excelente negocio).

Y esto es, precisamente, lo que sucedió en la difusión del supuesto Evangelio de Judas: se recortó la información en aras del sensacionalismo mediático.

Pero si se hubiera dado a conocer este Evangelio de un modo honesto, se sabría que su contenido no tiene nada de novedoso ni de polémico, porque hace casi dos mil años que se sabe que no es ningún evangelio, ya que Judas había muerto por lo menos hacía ciento veinte años, cuando unos griegos gnósticos lo escribieron a modo de panfleto anticristiano.

Las cartas de San Pablo, en cambio, son del año 50 y 60, y los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan son de entre el 60 y el 90, es decir, mucho más cercanos a la vida de Jesús, y todos coinciden en que Judas traicionó a su maestro y luego se ahorcó presa de un remordimiento feroz.

Prueba de que el falso Evangelio de Judas se conocía muy bien en nuestros días tanto como en la antigüedad, es que el pensador italiano Giovanni Papini lo critica en su Historia de Cristo, de 1921, tal como lo había hecho Ireneo de Lyon en el año 180 d.C. De manera que el descubrimiento de América es algo más novedoso que el texto del “sensacional” papiro.

Y en cuanto a la traición de Judas, centro de la polémica actual, si bien es cierto que los Evangelios dicen muy poco sobre los motivos que lo llevaron a Judas a vender a Jesús por treinta monedas, lo indudable es que Judas nunca pudo ser un orgulloso colaborador de Jesús, porque no se habría quitado la vida brutalmente.

Otras teorías son más elocuentes, como la que afirma que Judas pertenecía a la secta nacionalista de los zelotes, que creía que el Mesías liberaría al pueblo judío de la opresión del Imperio Romano. Judas, entonces, lo habría traicionado a Jesús para acelerar la liberación de su pueblo, pero al ver que su maestro se dejaba matar, no soportó lo que había hecho y se suicidó el mismo día de su traición (los que ven en esto una versión antisemita de la Pasión, olvidan que todos los personajes del drama eran judíos, empezando por el mismo Jesús).

Luego está la versión tradicional, según la cual Judas lo traicionó a Jesús por envidia, y luego se arrepintió y se quitó la vida.

Como fuere, la tesis del Evangelio de Judas es la más inverosímil de todas, aun cuando, por excéntrica y escandalosa, sea la más lucrativa en los tiempos que corren.

Sin embargo, no deja de ser llamativo que Judas, que fue el amigo falso de Jesús, esté hoy en boca de todos por causa de la traducción de un falso Evangelio, casi dos mil años después de su muerte.

¿Acaso pesa sobre él la maldición de que su nombre esté ligado a la falsedad, el lucro, y la mentira siglo tras siglo, sin que nadie pueda saber jamás la verdad última de su traición inconcebible?

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