33. Fauno EnamoradoPoemas del Fauno Enamorado

El monstruo expresa un ansia del corazón del Orbe…
Rubén Darío.







I

Soliloquio del Fauno en la Cima de
una Montaña, a Medianoche…

También yo como el hombre soy animal divino
que se debate y duda entre el cielo y la carne,
entre el celo y la idea, entre el agua y la uva,
y sacio mi destino con la sed de la hembra.

Pero acaso yo sea aún más bajo y altivo
que los tristes mortales de sangre lenta y turbia,
porque en cada varona yo persigo un enigma
y con verbo de espuma clamo a Dios por instinto.

Y camino descalzo por la nieve en la aurora,
y el vapor de mis fauces me embravece y me digo
que no hay nadie que amarte pueda ¡no! con tal furia.

Y en la noche me acuesto en mi lecho de hojas,
y pensando tu nombre sorbo y muerdo, bravío,
el esquivo y ardiente corazón de una Ninfa.

*

II
Dice el Fauno, mordiendo el Tallo
de una Flor Silvestre, Blanca…

Mujer niña de corola reciente,
tu boca se me antoja una fruta mojada…
¡Es alegre el manzano si la lluvia lo empapa!

Mujer niña de corola reciente,
tus ojos se me antojan un paisaje lejano…
¡Es tan bello y amable lo que tiene distancia!

Mujer niña de corola reciente,
tu cuerpo se me antoja una pradera áurea…
¡Si pudiera tenderme sobre un oro tan blando!

Mujer niña de corola reciente,
tu pelo se me antoja una pálida llama…
¡Si pudiera quemarme una pasión tan blanca!

Mujer niña de corola reciente,
tu cuello se me antoja con suavidad de ala…
¡Te llevaría al nido de un arcángel durmiente!

Mujer niña de corola reciente,
tu boca se me antoja una fruta mojada…
¡Ay!… ¡Detente!…
Y mi boca el hocico de una fiera encelada.

*

III
El Fauno vaga por el Bosque,
Solitario…

Es sólo en verso menor
que puede hoy cantar mi alma,
porque un silencio mayor
la tiene desencantada.

Hoy no se ciñe un laurel
mi frente dilacerada,
porque un pensamiento cruel
la tiene descoronada.

Hoy no suplico al Señor
su piedad y su consuelo,
porque un profano dolor
me quiere tener de duelo.

Hoy no quisiera dormir
antes de llegada el alba,
porque se puede morir
quien escribió estas palabras.

Hoy te confieso mi amor
sabiendo que no me amas,
porque hoy digno no lo soy
ni habré de serlo mañana.

Y aunque soy un semidiós
de las selvas y los campos,
un Fauno es un ser feroz
que se cree enamorado.

Resonará igual mi voz
en lo escondido del bosque,
y acaso llegue hasta Dios
el aullido de tu nombre.

IV
El Fauno medita acerca de su Condición Faunesca,
contemplando, Azorado, cómo la Lumbre de
un Fogón proyecta su Sombra en
el Muro de unas Ruinas del Bosque…

Nada sé yo del alma que dirige mi mano
y que fija mis ojos en la pared lunática
que ahora espeja mi sombra que la llama agiganta
y reduce y agita con diabólico espasmo.

Yo no sé qué fantasma morador ha tomado
por refugio mi cuerpo, por cimiento mis plantas,
por ventanas mis ojos, por cilicio mis ansias
de expresar con mi verbo el arcano del mundo.

Si contemplo mi sombra no es a mí a quien veo,
mas presiento que ella sí se mira en mí mismo
como un dios en su obra, o una nube en el agua,
como un ciego imagina que es su rostro en un sueño.

Yo no sé qué presencia desterrada me habita
ni qué dedos de niebla ahora oprimen mi ceño,
ni qué voz por mí habla, ni qué mano de bruma
mueve lenta la pluma con que trazo mi verso.

Sólo miro el eclipse de mi sombra en la luna de las blancas paredes,pues mi cuerpo de tierra
intercepta la lumbre de este sol hogareño
que en la luz fragorosa de su ardor me consume.

Sólo miro la sombra de un eclipse de luna
y estoy solo, y escribo, y pronuncio mi nombre
y me sé poseído por un ser de otros mundos
que ha tomado mi cuerpo… ¿Por prisión o guarida?

¿Por morada o santuario?… ¿Por hogar o sepulcro?
Sólo miro la efigie de mi sombra en el muro
cómo tiembla y se agita con diabólico espasmo…
Y yo soy esa sombra… ¡Y este cuerpo no es mío!

*

V
El Fauno, inclinándose sobre las Quietas Aguas de
un Estanque, en el que se espeja
un Cielo Zafíreo, piensa,
mirándose con fijeza…

Nadie se fíe ¡no! de que mis ojos rezumen claridad inmarcesible
cual si detrás del ágata del iris
la sangre en combustión no se encontrara.

¿No saben bien los hombres que en la entraña
del lago más feliz se agita y vive
un monstruo sin edad, ni ley, ni nombre,
no ocultan los espejos la otra cara?

Así yo estoy adentro de mí mismo,
debajo de mi plácida mirada,
sudando convulsiones y delirios…

Así también los ojos se me empañan
en cada vez que asómase, felino,
mi hambriento corazón a sus ventanas.

*

VI
Al hallar por la Mañana unas Huellas en
su Lecho de Hojas, el Fauno,
pensando con espanto en la Celosa Muerte,
borra esas Huellas con una Rama de Ciprés,
mientras dice…
Una oscura mujer me sigue el rastro por donde vaya, amor, sin que desista
nunca jamás de su seguir obseso.
Me sigue con la saña y con el celo
de una hembra fatal que quedó herida.

Sé que viene descalza y que camina
por mi jardín, amor, cuando yo duermo,
porque quiebra su talle ante mi lecho
dejándome el sigilo de su huella.
Necia savia de amor yo bebo en sueños.

Sé que lleva enlutada la cabeza
con el sólo negror de su cabello
que rompe como gota en la cintura,
y sé también que asómase desnuda
en el pozo, mi amor, de mi deseo.

Sé que es sólo ilusión, beldad fingida
la rosa de sus labios y su cuerpo,
y que habré de besar tan sólo el hueso
de su cara, mi amor, cuando la embista
rasgándole el vestido de su espectro.

Que de nada me sirve la sapiencia
de este saberme siempre perseguido
por la mujer tenaz que te confieso,
que lo mismo caeré… ¡Y no interfieras!
entre un amor, mi amor, que ha sido escrito.
*

VII
El Fauno se detiene para recoger una Pluma
Negra que acaba de caer ante sus Ojos, y por más
que alza la Mirada al Cielo Tormentoso
no divisa Ave alguna, así que
prosigue su Camino, mascullando
estos versos…

Mira… ¡Señor!… mi verso no es el fuego de una vena turgente abierta por el filo de tu muda palabra,
la arista del abismo desgarró los afluentes
que turbios me serpean por la carne y el alma.

No ha sido ¡no! mi pluma templada en los suplicios
que dan al santo el aura y el laurel al poeta,
yo escribo con la pluma de un pájaro maldito
que come la carroña de mi humana miseria.

Y si el ave se sacia se precipita en círculo
hasta el útero en llamas de la trágica Tierra,
llevando mi convulso corazón en su pico
que goza en el espanto de su ciega caída.

Entonces yo me quedo bajo mi cuerpo frío
como el muerto reciente que no desata el alma
porque teme en el trance disolverse en el río
que refluye hacia el hondo lodazal de la nada.

No ha sido ¡no! mi pluma templada en los suplicios
que dan al santo el aura y el laurel al poeta,
yo escribo con la pluma de un pájaro maldito
que ensangrentó su pico en el sexo de un Hada…

*

VIII
Al toparse en la Cima de una Montaña con una Cruz
Enorme que refulge contra el Sol Poniente,
el Fauno detiene su Carrera Frenética,
se echa en Tierra, alza su Zarpa en
actitud defensiva, y exclama
con la Sombra de la Cruz
proyectada en su Rostro
Furioso…

En el primer acceso de penuria que enfríe el corazón ¡en el primero! te negaré Señor con tanta furia
que al punto olvidarás que negó Pedro.

En el primer acceso de lascivia
que avive mi pasión ¡en el primero!
te olvidaré Señor con tal delicia
que tú comenzarás el apedreo.

No esperes la piedad de un alma impía
que busca la ocasión en cada sombra
y en cada luz se ciega y se desvía.

No esperes más de mí que de tus obras,
mi plácida bondad no es nunca mía,
mi nombre sin tu amor se dice… Judas.

*

IX
El Fauno, Desolado, evoca a la Ninfa
Muerta que alguna vez fue suya
y contempla el Lucero
de la Tarde…

Se aboveda el silencio de la tarde
cuando evoco la estrella de tu nombre,
y en el cenit del mundo esplende y arde
la verde luz votiva de tu rostro.

Sobre el cristal alado de tus ojos,
velados por un lago de agonía,
flota la llama extática y virgínea
de tu mirada azul ardida en lloro.

Y quema tu mirar la astral mejilla
de cera incandescente y en el Cosmos
se consume tu imagen lucerina.

Y gota a gota cae, iridiscente,
en los cuencos vaciados de mis ojos,
a sellarles la luz en esta vida.

*

X
El Fauno delira, Insomne, sorbiendo con Delectación un Vino Aromoso y Espeso…

Tu cuerpo no es un templo, ni tus ojos
vitrales azulinos
por los que cae la luz transparentando
tus hombros y tus senos
que aún tu paso de niña no hace míos.

Tu vientre no es un ara, ni tus rizos
la cabellera intacta de los ángeles
que moran en los frescos
donde ni el tiempo pasa ni el instinto
ruboriza los cuerpos todos alma.

Tu piel no huele a incienso ni a ceniza,
tus labios no son fríos,
y en vez de un relicario, bajo el lecho
tienes oculto un cofre con anillos,
aros, cintas y ungüentos.

Sólo yo sé el secreto, porque… ¿callo?
Cuando en la medianoche
te arrodillas descalza para ungir tus cabellos
me despierto en el bosque y me palpitan
los hoyos del olfato.
Sólo yo sé el secreto de tu vida,
oye la voz del Fauno:

Sólo yo sé quién eres, mujer, sacerdotisa
del santuario de Baco
que a escondidas te ciñes coronas de laureles
frente al cristal, desnuda,
mirando de soslayo cómo tu mano vierte
un racimo en tu boca
que se abre y se espuma como un vino caliente.

Luego rompes los tallos cual si fueran collares
y en el pelo y los hombros te derramas las uvas
para que lluevan gruesas
en tus pies, en tus brazos, y tu espalda y tus piernas,
y tu vientre y tu sangre.

Y al sentir cómo ruedan por tu cuerpo de luna
esas gotas moradas, dulces, grandes y mórbidas,
ríes, suspiras, cantas, te enciendes, te acaricias,
te piensas una diosa…
¡La lluvia de este mundo ya no puede mojarte!

Pero aguarda, no rías, sacerdotisa virgen,
no dances sin atuendos esparciendo tu aroma,
no te inflames, no muerdas
la rosa de tus labios para sorber la sangre
que se agolpa en tu boca como al borde de un cáliz.

No dances, no suspires, y tu cuerpo no unjas
con aceites fragantes,
porque una noche oscura, después de tus rituales,
entraré pisoteando torpemente las uvas
de tu aposento sacro, me arrimaré a tu lecho
y beberé en tu beso hasta colmar el odre
del corazón del Fauno.

Y mojaré tu cuello, y lameré tus manos,
y ceñiré tu frente con diademas de azahares,
y asiré tu cintura,
y al lanzar un gemido de adoración a Baco,
resoplando en tu oído…
¡Vendimiaré tu carne!

*

XI
El Fauno, tendido en la Orilla de un Lago, y con una Zarpa hundida en un Pozo de Arcilla, evoca la Tarde de Lluvia en que besó a su Ninfa…

¿Qué puedo hacer ahora?… ¡Nada puedo!
No debiste besarme aquella tarde
en la mejilla con tu boca de Náyade,
llovía y tú reías con el pelo goteante,
ensortijado, de oro, fascinante,
y tu cuello olía a ramo de lilas
esa tarde.

Tus ojos eran verdes como las algas suaves
que flotan por el éter del océano
entre nubes de espuma, bajo el cielo,
sobre reinos fastuosos de corales
en los que habitan seres incorpóreos
que danzan con sus tules y palpitan
al son de las mareas… de tu sangre.

y tu piel era húmeda, cual recién emergida
de un lago alucinado por la luna,
y estremecido a rachas por el hálito
de una fiera nocturna y homicida
que jadea en la sombra delirando,
tendida en las orillas… de tu carne.

Y yo besé la margen de tu boca
con la hez de mis labios esa tarde,
y soñé en ese instante que me hundía
en un pozo de arcilla resbalosa
llevándome hasta el fondo entre mis garras
con un hambre monstruosa…
¡Llevándome hasta el Orco!
Tu cabeza de estatua agonizante.

*

XII
El Fauno, Agazapado, le susurra
a su Amada Dormida, al Oído, estos Versos…

Puedo verte, no temas,
tibia y rubia en las sábanas, absorta,
blancura acompasada por las ondas ignotas
de la música sacra
de tu sangre de Sílfide pagana
que veteará la fuente vigorosa
que el negro fondo de la tierra escancia.

Puedo verte tendida, sumida, despojada,
como diosa de mármol de la cantera intacta
de la luna furtiva
por cuyo disco pasa cautelosa, flotante,
tenebrosa, la mancha
del jirón de una nube con silueta de Fauno
que adelanta su zarpa,
mientras vagas dormida entre los astros.

Miro tu cuerpo indemne, cohibido, desalmado,
con su quietud de muerte
en el frío sudario de las sábanas leves
que en su albor te amortajan
sin dejar que despiertes al furor de mi abrazo.
Miro tu cuerpo mío, miro tus secos labios,
miro amor cómo claman por el beso maldito
al que te he destinado.

Puedo verte tendida, sumida, despojada,
como diosa de mármol de la cantera intacta
de la luna furtiva
por cuyo disco pasa cautelosa, flotante,
tenebrosa, la mancha
del jirón de una nube con silueta de Fauno
que adelanta su zarpa,
mientras vagas dormida entre los astros.

XIII
El Fauno se duele de su Condición y Estado, con los Ojos Húmedos fijos en los Astros Latientes…

Hoy no puedo pensarte,
me lastima,
tengo sed de beberme la sangre de la tarde
y de catar su boca mortecina
con la sierpe lasciva de mi lengua… ¡Jirón de sol!
Y fusta de la sangre. Trampolín de la idea.
Caricia del amante, y llama y lanza y pluma
del poeta.

Hoy no puedo pensarte, mujer mía,
pues no soy de mí mismo y qué no haría
si tuviera tus labios a mi alcance
como una roja y entreabierta herida
que no quiere secarse…
¡Qué no haría!

Hoy quisiera tenderme en las orillas
de un mar verde de ira, convulsivo,
a esperar que sus olas me arrebaten
con sus brazos salinos,
o a que un niño jugando me haga un pozo
en la arena del pecho, profundísimo,
para hacer de este antro de mi alma
¡Gruta de un Fauno más voraz que un lobo!
para hacer de este antro de mi alma
¡por tu amor!… Un castillo.

Pero qué va a tragarme alguna ola
o a acercarse algún niño,
si mi cráneo de fiera es caracola
en que aúlla mi espíritu
con el hocico alzado hacia la luna
de tu cuerpo virgíneo.

De tu cuerpo que inquieta las mareas
de mis mares sanguíneos,
de tu cuerpo que enciende las espumas
de mis altos instintos que crecen
y se empinan, y se curvan
hasta rodar por el helado abismo
de las playas del cielo, taciturnas,
donde los astros hondos son navíos
que rompieron sus quillas contra el mundo.
Y las velas remotas de sus lumbres
aún en vano palpitan
embestidas acaso por los soplos
de los primeros días… ¡De los últimos!

De los primeros días
en que yo no era un Fauno,
en que tú no eras Ninfa,
en que yo no era entonces
este absurdo amasijo de espíritu y de lodo,
esta bestia infrahumana y troglodítica,
y sobrenatural, y sobrehumana,
sabedora de todo cuanto sabe a la Nada,
y devota de Cristo, pero esclava de Shiva,
de la vana belleza de tu apariencia vana,
de tu vana belleza que, por vana,
¡siete veces más bella y más divina!

¡Ay! tristeza lejana de los primeros días,
en que yo no era un Fauno
porque aún no existía.
Y en que tú no eras nada…
Porque aún no eras mía.

XIV
El Fauno, echado en el Césped, balbucea estos Versos, rozando con sus Fauces la Musgosa Grieta de una Fuente…

Nada me sacia, ¡nada!
Mis pupilas son pozos que en vano se dilatan
para que tú te asomes y desmayada caigas
como estrella en su fondo, malherida,
sedienta, mientras cierran mis ojos
a la luz de este mundo… ¡cielo y mar!
sus compuertas.

Nada puede saciarme esta sed que me anega,
cada gota de vida se consume en la arena
de mi instinto desierto en que vaga y ondea
el dorado espejismo de tu cuerpo silente
de mojada Nereida.

Y yo en vano te sigo por la arena candente,
y yo en vano me pierdo en el cruel laberinto
del faunesco deseo que desalma y pervierte
mientras sueño ¡oh amada! que desnuda te bañas
¡cual si en un Paraíso!
en el lácteo torrente de mi savia.

Pero qué pronto al cabo tu fulgor se evanesce
como túnica blanca
que de un hombro de nieve se soltara
para caer, muy leve,
por los bordes ondeantes de un femíneo fantasma
hasta unos pies de nácar… hielo… ¡y aire!
donde quedó mi beso… fuego… ¡y nada!
donde quedó mi beso palpitante.

¡Oh! vivir de este sueño
de quedar suspendido ¡una vez! como barca
sobre el cielo fluctuante de tu oceánico cuerpo
esperando, rendido, el feliz hundimiento
de mi vida en tus aguas,
de mi quilla en tu abismo,
¡de mi sexo en tu sexo!

Y después despertarme como náufrago herido
en las playas del Tiempo, y del mundo en el Alba,
con los labios y el pecho por la sal blanquecinos
(¡ah! el sudor de tu seno)
y en mi diestra unas algas del jardín sumergido
que corté del Profundo.

Y jirones de velas en mi torno y chillidos
de las aves tempranas que yo apenas escucho
por tener la dorada caracola vibrante
de tu aliento en mi oído…
¡Ah! Sirena encallada en las playas remotas
de mi sino!

Pero todo es en vano, pero todo es delirio,
y me aferro a la fuente agrietada y marmórea
que tú a veces habitas,
e imagino que abrazo mi mismísima lápida
donde un Sátiro ha escrito con mi sangre divina:

«Aquí yace aquel Fauno
que murió consumido
por amor de una Ninfa…
¡Gloria y loor a su instinto!»

*

XV
El Fauno, oyendo cómo su Voz se propaga en el Templo del Bosque Nocturno, declama…

¡Ah! fluye verso mío,
aliento mío roza las mil cuerdas del aire
que un Hada niña tensa con clavijas astrales
sentada en algún borde del Abismo.
Verbo mío… ¡aletea!, remóntate hacia el Hondo,
alcanza su morada. Haz trizas los cristales
tras los que mira absorta mi amor
el oro inmóvil del paisaje.

Y súbela en tus alas, de vida y mar goteantes,
de lágrimas salobres empapadas,
y rásguese el vestido en la salida
con las púas feroces de la rota ventana.
Y názcale en el labio, repentina,
una púrpura gota de rocío, un brote de la sangre,
que yo pueda sorber igual que sorbe
la abeja los nectarios virginales.

Álzanos verso amante
más allá de mi cuerpo enfurecido,
sobrevuela las ansias de la carne,
abandona la Tierra… ¡Cruza el cielo
de tierra y de vacío que anida a los mortales!
Más allá de mí mismo llévanos por el aire
donde soplan los vientos siderales
que desata el Espíritu.
Más allá de los reinos sublunares.

Y haz un alto mi verso… ¡Sólo un alto!
en la vía ascendente de tu viaje,
para que con mi zarpa en las alturas
(por tan sólo un instante, de Vértigo y Locura)
con el Cosmos por hábito, flameante,
pueda tomar el cráneo de la luna
como si un nuevo Hamlet,
y gritar hacia el mundo abandonado:

«Todo no es más que Nada
valle de celo y llanto,
tumba del cielo errante
erizada de cruces y de espanto.

Todo no es más que viento,
artilugios falaces
que ideó de la nada
algún macabro ingenio.

Todo no es más que barro.
El amor y las almas,
el dolor y la sangre,
la pasión y los cuerpos.

Todo no es sino vano.
Cabellera dorada
que en el mundo dejaste
una cauda en tu ascenso

de pesar y de pasmo,
y un perfume de calas
en jardines y mares,
y en mi solo aposento.

Beso y soplo en mi palma
con un hálito helado,
las cenizas astrales
que yo amé de tu cuerpo.

Mientras que en mi otra mano
con desaire sostengo
la calavera calva
de la luna y exclamo:

Todo no es más que Nada
valle de celo y llanto,
tumba del cielo errante
erizada de cruces y de espanto.

Todo no es más que Nada,
y la mujer que he amado,
la del cuerpo fragante,
quede aquí entre los astros
olvidada.»

Así diga y ascienda por el helado Espacio
a donde yo no sepa ni dónde, cómo o cuándo,
y una estrella fugaz rasgue la bóveda,
y deje blanca estela,
y caiga vuelta flor al camposanto.

*

XVI
El Fauno, luego de aceptar un Fruto Mordido de Manos de su Ninfa, se retira a roerlo con Obsesión Malsana, mientras piensa…

Movida por tu instinto primigenio
de Eva celosa y casta,
tú me ofreciste… ¡oh ademán antiguo!
un fruto sin color y ya mordido
por los besos feroces de tu boca.

Yo lo tomé, herido en mi conciencia, ¡pasó ante mí una sombra!
Y lo mordí con ímpetu homicida
allí donde tu hambre de mi ciencia
hundió su encía ávida y jugosa.

Y una vez y otra vez rozó mi lengua,
con gula y sed furiosas,
la carne de ese fruto al que la vida
sorbiste, como bébese la sangre
del hombre el Hada insomne de la sombra.

Y yo quedé al contacto de tu savia
¡ah palidez mortuoria!
sumido en cruel dolor y en ansia tanta,
que en sueños por la puerta de mis fauces
fugóse en un suspiro mi alma loca.
Y volé hacia tu lecho cual Vampiro
¡ah espasmo de las alas!
y me posé ante ti, Eva deseosa,
para vaciar de un beso vil… ¡prohibido!
el jugo de tu carne enamorada.

*

XVII
El Fauno, Embelesado, admira a su Ninfa, que suspira recostada contra el Tronco de un Olivo Centenario, y dice en Voz muy Baja…

Huye… desiste… ¡escapa!
Aparta tu mirada de mis ojos y alcanza
a las Ninfas que huyeron embalsamando el bosque
con aromas de acacias, y jazmines, y enebros,
que aún en sueños inspiro poseyendo sus almas
fugitivas… cadentes… procelosas….
y lánguidas.

Sólo tú te has quedado, como si enhechizada,
blanca y fría a mi lado, tibia y honda en mis palmas,
roja y triste en mis brazos.
Niña a la que una diosa ha vertido en los labios
una gota del zumo de las vides celestes,
para que al mundo siempre tú lo vayas besando
con el solo contacto de tu boca divina
con el aire… que enciendes a tu paso.

¡Ah!, si es posible… ¡pronto!
aparta de mis fauces el cáliz de tus labios,
para que no mancille sus purpurinos bordes
con mis besos selváticos.
Que he de abrevarte el alma con un furor malsano
entre los olivares verdecinos de un monte…
¡sacrosanto!
Que he de abrevarte el alma hasta lamer su fondo
como si el sacerdote de un dios caprino, lúbrico…
¡pagano!

Que has de quedar tendida… ¡desalmándote!
entre los troncos bajos, retorcidos y graves
de los verdes olivos que te irán destilando
en la piel sus aceites… hombros, senos, y brazos,
manos… piernas… ¡y vientre!
Que has de quedar tendida… ¡desalmándote!
con los labios abiertos y oliváceos.

¡Apártame este cáliz!…
Pero que no se cumplan… ¡Ninfa!… mis deseos,
sino… ¡sangre y sudor!… tus voluntades.

*

XVIII
El Fauno, luego de vagar toda la Noche por la Selva Sofocante e Inmóvil, intentando divisar, en vano,
un Astro entre las Copas Cerradas de los Árboles,
se lamenta, hasta que ve arder, súbitamente,
en lo alto, la Estrella de la Mañana…

Esta quietud del mundo me subleva,
me incita a alzar mi canto… ¡Me consterna!
¡Oh! laxitud de ala suspendida sobre un mar que ya más no se atormenta,
que no le bullen más bestias marinas
en su entraña abisal que en cada espasmo
pare monstruos alados y sirenas.

Ni un sólo crepitar de ola rompiente
abre el cielo tupido de la selva
en que los verdes astros de las hojas
ni vagan, ni palpitan, ni constelan
con efigies de Ninfas la honda bóveda
que en su oquedad me encierra.

¡El estro se sofoca! y aún escribo
versos de barro y viento en esta Tierra
de la que he sido hecho palmo a palmo,
del corazón de cieno hasta el pensar de fango
en que tú, niña mía… ¡sin saberlo!
te hundes de noche en noche entre mis brazos
en resbalosa y hórrida caída.

¡Ah!… si me hiriera un rayo de pureza,
y en bella floración de estigmas rosas
se me abrieran de un brote pies y manos
por los que desangrarme la conciencia
de Ninfa en Ninfa, y de gota en gota,
hasta quedar al fin crucificado
en el árbol impío de mi ciencia
de Semidiós, de Hombre, y de Fauno.

Hálleme así la muerte suspendido
sobre el Monte Sagrado de mi pena,
ebrio de sangre mística y de llanto,
y no debajo y dentro de esta selva
de mi pasión mortal en que me hallo
en medio del camino de mi vida.
Guíe al monstruo interior el fiel poeta
que mora en mí, por ciénagas y antros,
y por todos lo círculos y esferas
del espíritu humano… ¡Hasta la cima!

Cima virgen del alma en que la tea
del astro matinal da en los anillos
de este roble ancestral… ¡bello y terrible!
del corazón del hombre desposado
¡una y mil veces mil! con las esfinges
del Tiempo y el Espacio…
¡Ah el enigma voraz de Dios y el Tálamo!
¿En qué centro abismal del recio árbol
del corazón anida la sortija
que unió una vez, en cósmico esposario,
al alma con el Sol de Amor y Vida
que dióme a luz el ser enamorado?

Táleme al fin la lumbre diamantina
de la Rosa Estelar con cada pálpito
de sus pétalos ígneos que perfuman
al Universo todo con sus rayos…
¡Ah! Corola de Fuego purpurina
que corona la mar de lo creado.
Halo de Albor purísimo que anilla
la eternidad azul con el espacio.
Blando Rubí ideal que vaticina
la opulencia del Reino sobrehumano.
Cor Sideral que al mundo lo ilumina
con los siete destellos de su pasmo.
Luz Maternal del cielo que cobija
la desnudez del alma con su manto.
Brasa Auroral del fuego que calcina
la sombra del pecado originario.
Mármol Vestal en manos del Artista
de todo lo existente y animado…
Reina al cabo… ¡Señora!… Diosa Invicta
también de los poetas…
¡y los Faunos!

*

XIX
El Fauno, con los Ojos Desencajados, echando Espuma por la Boca, y con una Zarpa clavada en su Pecho, cae de bruces al Barro, y dice, agonizante…

Esto no es un poema.
Aquí no hay nada bello. Aquí no hay bellos
sentimientos ni palabras poéticas.
Esto que ven no es nada.
Es la estela de una salpicadura de barro
sanguinolento y de sangre estancada
que quedó en esta hoja seca de otoño,
cuando la rueda fatídica del carruaje
real, o ilusorio, de mi amada fugitiva,
fútil, funambulesca, soñada…
Cuando la rueda fatídica pisó el corazón que yo había arrojado a su paso para acabar
de descorazonarme del mundo, de todo,
de mí mismo.
Hay palabras que no son palabras,
ni voces. Que son un grito desarticulado,
y grotesco, inhumano, faunesco…
Y esto ni siquiera es un grito,
ni un ¡ay! de los poetas desolados,
quejosos, patéticos, estúpidamente patéticos
como yo lo he sido… ¡literatos!
con un orgullo mayor al del ave real,
o ilusoria, funambulesca, que Dios
desplumó en el cielo como a una flor
a la que se interroga…
¡Y miren ese guiñapo!… ¡Esa caja
de música rota, que aún zumba a intervalos
como un insecto agonizando, acabándose,
luego de haber sido aplastado contra el cristal
de un carruaje por el ala fría, convulsiva,
negra, despiadada, de un abanico
que desacalora a una mejilla de ámbar.
Y han abierto la puerta, y ha caído
el moscardón vibrante, fastidioso
del corazón mío, al camino fangoso
del que se alzó un día,
y la rueda fatídica del desengaño
y la crueldad de la belleza angélica,
angelical, angelina, lo apagó para siempre,
y lo sembró en el barro, donde nada
renace, y donde los latidos no laten,
burbujean echando espumarajos
que rompen en el aire como pompas
inmundas, fúnebres, fugaces,
de un corazón corrupto, corrompido,
¡cadáver!… que se pudre en el puño
de un pozo, viendo alejarse alegre,
saltarina ¡ja! la berlina, ¡el carro!
de la Ninfa que ignora la ceniza latente
de su carne y su nombre, y las doce
sonantes al final del camino, cuando
las Ninfas tórnanse arpías, o ninfeas
marchitas, decadentes, y de labios
procaces.
¿Quién mira?… ¿Quién se vuelve a mirarlo
a ese sapo convulso, histérico, epiléptico,
y sin el genio de los enfermos iluminados?
¿Quién se apiada de ese animal
que es él mismo una burbuja de nada
latiendo en la vía fangosa, terrena,
de la huella dejada por la rueda fatídica
del Infortunio, y de la Insidia, y del Desdén
cansino, pérfido, femíneo, fútil, fatal,
funambulesco… Como el de ese carruaje
que se aleja como el arado infame
de una campesina que abrió un surco
en el lodo, y echó un resto de carne
de mi pecho por sólo ver qué nace
de un despojo de corazón faunesco
malhadado… Por ver el arcoiris
de mi odio en la gota vacía de mi verso
sin pompa, ni música, ni vuelo… ni poesía.
Y esto ha crecido al cabo… ¡Esto!… ¡Esto!
¡Toda una pura nada! ¡Todo un sucio fermento!
Esto que ven es todo.
Aquí no hay música, ni bellos sentimientos,
ni palabras poéticas.
Esto que ven no es nada.
Es la estela de una salpicadura
de barro sanguinolento y de sangre estancada
que quedó en esta hoja seca de otoño…
¡Oh, Amor mío!…
¡Oh, Amada!

*

XX
El Fauno, viendo correr el Río Cristalino,
imagina a su Ninfa emergiendo del
Albo Elemento, y escribe en el
Agua este Poema…

Que no encuentre tu cuerpo entre la hierba
luciente por el oro del rocío,
tendido como un agua, tenso y frío,
erizado de luz, hondo y traslúcido.
¡Musgo dorado que las ondas rizan!
¡Limo purpúreo que las sangres colman!
¡Ah! cuerpo de mujer y de nenúfar
que hundiré con mi peso hasta el abismo.

Hoy nada que reluce se me atreve,
la luz huye a mi paso como corza
desangrándose a mares de crepúsculo,
y me bebo los negros borbotones
que brotan de su herida luminosa
para ahogarme de espanto en su hondo vientre
que fluye y que refluye luna a luna.

Un torvo hambre de muerte me devora,
y exprimo con mis fauces dos claveles
de cárdeno color que aún no afloran,
y un fino hilo de savia se desborda
por entre el blanco filo de mis dientes
¡y ya no sé quién soy! ¡y ni quién eres!
este hambre bestial me desmemora.

Me hallarán una tarde junto al río,
tú, recién emergida, blanca e inerte,
reposarás hermosa en la otra orilla
(tu blonda cabellera, como en vilo,
flotará desplegada en la corriente)
y yo te miraré ¡ay! malherido
de ver manar sangrientas dos vertientes
de tu cuerpo de Ninfa de los Lirios.

Y me entraré en las aguas fugitivas
llevando un corazón, aún latiente,
entre mis manos, como un fruto vivo,
y ¡rojo! me hundiré, desconsolado,
para ahogar mi pavor y en tanto, el río,
que espejará tu cuerpo vuelto fuente,
creerá manar sangriento de mis ojos.

*

XXI
El Fauno, Enardecido, le canta a su Ninfa
Recóndita e Inmortal: La Locura

Acuéstate sobre ese espejo
que la luna recama con un halo de lluvia,
acuéstate, desnuda locura mía,
sobre el frío insondable de mi imagen quebrada,
sobre el astro eclipsado de mis ojos sin órbita,
hunde tu vientre tibio en el lago de acero
de ese cristal que sueña con espejarme el alma.

¡Ay!, cómo te amo,
desnuda locura mía,
viéndote entrar descalza en la luz de mi pecho
con el cielo estrellado de tu piel erizada.
¿Recuerdas?… Aquella noche, solos,
bajo la bóveda, caminábamos lentos,
jóvenes, y nos amábamos,
y yo puse en sus manos, hoy sepultas y ajadas,
un ramillete hecho con estrellas fugaces.

¡Calla!… Locura… ¡Calla!
Desnuda locura mía, desde niña mi amante,
con tus dos trenzas rubias en su jaula esperando
que las suelte yo al viento de mi erótico cántico.
¡Calla!… Pero no calles. Susúrrame el delirio
del amor y la muerte, mientras tu cuerpo virgen
se sumerge despacio… en el óvalo quieto
de un abismo de sangre.

*

XXII
El Fauno invoca a la
Divina Paloma

Cuando la noche antigua abre su ojo de estatua
sobre el paisaje aciago de un corazón en ruinas,
y en los campos sublimes de este mundo fulguran
las lunas imposibles de las lápidas.

Cuando en la inmensa bóveda los astros se derrumban
como faros vencidos por invisibles aguas,
y en los cuerpos abiertos de las ninfas naufragan
las ansias desmedidas de los faunos…

Yo salí como un alma de mi ciega guarida
sofocado de amores que no han sido en mis brazos,
y solté los murciélagos de mis torpes visiones
al nocturno vacío del espacio.

¡Ay! Qué estrépito infausto de negrísimas alas
resonó entre los muros de mis pálidas sienes,
ni una sola cornisa de mi ser no habitaron
esas hórridas aves de mi suerte.

Cada una era un nombre, una voz, unas manos,
unos rizos cayendo sobre senos precoces,
un lunar en la ingle de una fémina entrando
en la blanda llovizna de una fuente.

Y hoy mi ser es un hueco de pasión desolado
que en la noche se ahonda con los ecos dolientes
de mi voz que suplica al Espíritu Santo:
“Haz un nido en la roca de mi muerte”.

*

XXIII
El Fauno, cubriéndose el Cuerpo con una Piel de Cordero, se retira a una Caverna a poetizar…

¿Dónde estoy y a quién amo?
¿Por qué esfera pulida donde la luz reluce
llevo hacia Ti mis pasos?…
Por la nieve ambarina que un sol senil
deshace,
por el fuego aterido por un glacial latido
tiritante.
¿Por qué región del cielo?
¿Por qué mar del Espacio?
¿Por qué desierto antiguo de la sangre?

Un arenoso oleaje arde y avanza lento
movido por un Viento desatado,
una duna de oro por aquí y allá late
donde era el vacío
que abrió un diluvio de ángeles malvados.
Y dónde sea que miro ha cambiado
el paisaje.
Y los pies se me hunden y calcinan si atino
a demorar mis pasos sobre un filo quemante
por divisar la Mar que ruge en tanto.

La madre Mar azul que me reclama
con sus voces salobres que muérdenme los labios
dejándome la llaga de un silencio sediento
de sones y de cánticos…
La Mar eterna y casta.
Camino por los filos, y abismos, y barrancos
de un corazón inmenso que en sus latidos fragua
la vida palpitante…
que muerte a muerte avanza.

Y no sé por qué grieta o por qué galerías
de mi ser llega el eco de las aguas marinas
que hierve el Sol paterno, alzándose sin alas
por sobre la patena dorada del Océano…
por sobre la patena,
para que nunca caiga sobre playa desierta
ni un átomo del fuego…
sobre playa desierta.
¡Ay! no sé por qué grieta o por qué galerías
de mi ser llega el eco de las aguas marinas…
de las aguas marinas,
¡pero llégame el eco!

Y hacia ese son avanzo, decidido y frenético,
remontando las olas de los rojos desiertos
con la espuma de un verso demencial en la boca
que me rompe en el pecho,
y una estela de llanto que mis ojos vertieron
sin cerrarse en la sombra…
Y una estrella espejada en la honda pupila
nocturnal de mis cuencos, como gota de lumbre
en un disco de ébano.

Por las calvas arenas peregrino sabiendo
que al divisar el cielo de la Mar prometida
se ha de volcar la estrella por la ajada mejilla
a apagarse en tu beso, y a en tu beso encenderse…
¡rediviva!

¿Dónde estoy, y a quién amo?
¿Dónde voy, y a qué encuentro?
¿Por qué esfera pulida donde la luz reluce
llevo hacia Ti mis pasos?…
¡Alma mía!

*

Te esclaviza el olvido…

Lo sé bien. No podés recordarlo. El río aquel.
La grama verde y blanda bajo tu cuerpo húmedo
que el rocío quemaba. Como garúa de fuego.

Como sombra de lava. Fina lluvia de espigas
contra el rubor redondo de tu piel de manzana
que yo, alegre, mordía. Olvidado de todo.

Menos del mar. Del cielo. Y de la herida abierta
de tu amor que manaba.

Te esclaviza el olvido. La rueda de las vidas sepultó
tu memoria en el lodo del tiempo. Entre raíces oscuras
de brazos que se enlazan sin acercar los pechos.

De manos que se buscan entre lombrices lúbricas.
De pies fríos de mármol que se arquean desnudos
en un salto de danza final. Bajo la tierra.

Pero yo lo recuerdo. No sólo con los míos. Sino con cada uno
de tus sentidos rubios. Desmemoriados. Porque yo fui vos misma
de tan adentro que me adentré en tu vida. Esa mañana.
Con ímpetu de espada.
Con silbido de flecha que sibila en el viento.
Con agresión de daga. Curva. Que siega vidas.
Con voluntad de arado que entierra la semilla del hombre
en ese limo. Que no es nada y es todo. Porque es la arcilla honda
que mi mano penetra para moldear el grito torneado en tu garganta.
Vasija roja y pura de finísimos bordes. De estrecha boca.
Y de caliente fondo.

Recuerdo bien. Y espero. A que vos lo recuerdes. Pero ya nada importa.
Porque sé que sos mía. Y que al primer contacto profundo, e inminente,
verás en un relámpago esa alborada antigua. En la que vos.
Tu cuerpo. Tu sangre. Tu alma en celo.
Se abrió para dejarme que irrumpiera en tu abismo.
Para ser arrastrados después, por mil y un vidas. Noche a noche en el tiempo.
La eternidad. Mis manos. En un revuelo eterno de plumas y caricias.
Que arremolina el soplo de tu aliento en mis manos.
Y mi voz rememora, sin luz, contra tu oído.

Quizás, aún lo sepas. Mi amor. Pero en tus venas.
Corre el mismo recuerdo. Y aunque cierres los puños del no
contra tus senos. Erizados de duda. Y remembranzas dulces…
pétalos, sal, pradera, sudor, besos, almíbar…
Y oprimas, cruel y pálida, con tus rodillas duras
al colibrí fatal que libará en tu cuerpo, de amor tornasolado,
y de deseo.
Estaremos de nuevo sobre esa grama verde.
Yo, clavado a tu amor, contra la tierra. Ebrio.
Vos, flechada de espigas. Sorbiendo luz a sorbos.
Bella. Desnuda. Mía… contra el cielo.

*

La Sal en los Labios

El sueño de un mortal en la Vía Láctea,
a quién puede importarle.
¿Puede cambiar el curso de un planeta?
¿Puede escindir un átomo recóndito?
¿Puede torcer la curva de la luna
que se enreda en el sino de su órbita?

Soñé que era un Centauro en la espesura.
Que mi cuerpo animal ya no era humano.
Que mi pupila fija (espejo en cinta
paridor de ilusiones sin ocaso)
acechaba a su presa entre las ramas
de un árbol de raíces retorcidas,
tronco fornido. Electrizada copa.

En mis cascos sentía la blandura
de un limo rojo. Un barro primordial
como la arcilla con la que hizo a Eva
un dios enamorado.
La divisé. Di una patada al mundo.
Le di una cos brutal como si fuera
una bestia la Tierra y yo un jinete
tosco, velludo, libre,
espeluznante.

Se me erizó la piel del cuello tenso
hasta la coronilla destronada,
y fui agujeado por la brotadura
de una crin invisible aún enraizada
en la memoria antigua de mi especie.
Sentimental, altiva, enérgica… ¡Indomada!

Sacudí la cabeza en un resuello
que echó un vapor azul contra mis ojos,
y a través de esa nube vi su cuerpo
como se ve el lucero vespertino
destellar en el iris de algún agua.
De un charco vil de pronto sacudido
por el paso tronante, bravo… ¡mítico!
de una tropilla infausta de centauros
que persiguen la estrella de sus frentes
en caída estelar… ¡Hacia la Nada!

Fue entonces que en mi sueño delirante
yo sofoqué un relincho prehumano
(el gorjeo salvaje de mi raza)
y sentí entre mis sienes el galope
de un corazón sin riendas, desbocado,
que me llevaba a lomos de la sangre
por colinas y bosques, y cañadas,
con el goce del peso de su vida
abierta sobre el hueso de mi espalda…
¡Ay su olor…! ¡Ay la rosa rozando
el espinazo de la bestia biforme
en la escapada, ya consumado el rapto!

Soñé que era un Centauro en la espesura
de mi pasión.
Que así la arrebataba.
Que en el viento flotaba su melena.
Que yo oía su risa.
Que volábamos libres por un mar de praderas
sin orillas… con el sol en los ojos.
El redoble de cascos en la carne.
El Lucero en las frentes bendecidas.
El amoroso vértigo en la sangre.
Y la sal… ¡La sal quemante y pura!
Diamante del sudor.
Sabor del día…
La sal de nuestros cuerpos
en los labios.

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