Obama-Biden-Laden
Esta semejanza sonora de los nombres es una ironía del destino. Un guiño de la historia. Un ardid genial, acaso, de quien rige el curso de los astros para poner en evidencia una vil e incestuosa coincidencia de opuestos. Por Sebastián Dozo Moreno para LA GACETA – Buenos Aires.
Osama Bin Laden fue ejecutado. Ahora el mundo es un lugar más seguro, afirmó Obama (pariente fonético del terrorista abatido). Se hizo justicia, aseveró en el mismo patético discurso, en el que acusó al terrorista árabe de haber sido responsable «de la muerte de miles de hombres, mujeres y niños». Concedido. Osama era un asesino redomado. Un fanático genocida. Un resentido grave. Pero que el presidente de los Estados Unidos afirme esto tan fresco y orgulloso, es tan ridículo como indignante. Osama fue un Frankenstein de la CIA, la Agencia de Inteligencia del país que ostenta en su escudo el águila imperial. Luego de que las tropas rusas invadieron Afganistán, EE.UU. entrenó a Osama y a otros miles de árabes para enfrentar en esas tierras a las tropas soviéticas. Por aquellos días, Ronald Reagan llamó a los hombres de Al Qaeda «luchadores por la libertad». Obama debió decir entonces: «El monstruo creado por Estados Unidos fue eliminado. Cuidémonos en el futuro de dar armas, dinero y entrenamiento militar a hombres que un día pueden llegar a volverse en contra de nuestra magnífica nación».
Pero Obama ya no podrá hablar de un modo semejante nunca más. Obama, el demócrata, la antítesis de Bush; el supuesto amigo de la paz y los derechos humanos, de los marginados y la gente común; el mestizo sensible y prudente, aliado de inmigrantes y otros marginados, desde la invasión a Libia y el asesinato de Bin Laden ya no podrá usar más la máscara del estadista humanitario. Ahora, él es un norteamericano más. Un cowboy de armas llevar (como Reagan, como Clinton, como el clan Bush). Un fiel representante de la nación más poderosa de la Tierra, que en la búsqueda de la prosperidad de su país «puede hacer lo que quiere», según afirmó en el anuncio oficial del asesinato de Bin Laden. «Y como quiere», le faltó agregar, pero no era necesario.
El fin justifica los medios, cuando el fin es hacer justicia cósmica contra un enemigo matador de niños, ancianos, mujeres embarazadas y demás personas inocentes cuya vida es sagrada (léase: civiles norteamericanos). En las guerras lideradas por Estados Unidos (en Afganistán, en Somalia, en Irak, en Kosovo, en Libia, etc.), no se habla de muerte de civiles, ni de crímenes de guerra o de lesa humanidad, sino de «daños colaterales».
La OTAN, generalmente comandada por la nación que hoy representa Barack Obama, en sus incursiones bélicas en países de los siete continentes, arrasó con barrios residenciales, convoyes con ayuda humanitaria, hospitales, escuelas, asilos de ancianos, aldeas de refugiados, embajadas, ambulancias, ovejas y pastores, médicos y enfermos, infantes y educadores.
Por ejemplo, en la antigua Yugoslavia, un ataque por error de un F-16 de la OTAN causó la muerte a 75 refugiados kosovares (además, entre marzo y junio de 1999 fueron disparados sobre Kosovo 35.000 proyectiles calibre 35 mm con uranio empobrecido, principalmente por aviones de EEUU, con consecuencias mortales para cientos de civiles de esa región). «La OTAN cometió un nuevo error al bombardear un ómnibus lleno de civiles», se lee en un matutino de aquellos días, y también: «Un error más cometió la OTAN al atacar una aldea creyendo que era un campamento militar; más de cien muertos fue el saldo que dejó esta tragedia». Y junto con la noticia del erróneo bombardeo a la Embajada de China en Yugoslavia, se podía leer que «Un bombardeo cayó sobre una zona residencial en Surdulic, al Este de Kosovo»; que la OTAN lanzó un bombardeo contra un «objetivo legítimo» como era el puente de Varvarín (a 160 kilómetros al sur de Belgrado), y que por estar transitado en esos momentos «se registraron varias pérdidas civiles». O noticias aún peores como ésta: «La OTAN comete un grueso error al atacar un hospital de enfermedades pulmonares y un asilo para ancianos ubicado al lado del hospital».
«Daños colaterales»
Y si cambiamos de guerra y de país, allí en donde Estados Unidos y sus aliados arrojaron su lluvia justiciera de bombas y misiles, las noticias sobre los daños colaterales son del mismo tenor: «Un misil perforante fulminó a 403 personas en la ciudad de Bagdad. Se creía que se trataba de un centro de mando y control militar»; «Al menos 21 personas murieron ayer en un ataque con misiles de un avión no tripulado estadounidense en la región tribal paquistaní de Waziristán del Norte. Entre las víctimas hay cinco niños y tres mujeres»; «En un pequeño poblado situado a 15 kilómetros de Bagdad, cayó por error un misil crucero Tomahawk sobre una vivienda familiar. Murieron 12 personas, entre niños y adultos. Se salvó sólo un niño, Alí Smain, pero el misil le arrancó los dos brazos, le quemó todo el torso y parte de la cara y mató a toda su familia»; «Un proyectil cayó sobre otro poblado iraquí en mitad de una calle de unos cuatro metros de ancho e impactó sobre varias casas. La explosión mató a tres niños, una mujer, y a otros tres menores pertenecientes a otra familia»; «2 de abril de 2011: Libia. Al menos cuatro civiles y nueve rebeldes murieron este viernes cuando aviones de la OTAN atacaron un convoy. Tres de los cuatro civiles eran estudiantes de Medicina»; «Dos niños en terapia intensiva y dos levemente heridos, dejaron los últimos ocho ataques perpetrados por la unidades de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) al centro de la ciudad de Libia, en Trípoli». Y la lista de «daños colaterales» (o más bien, de «baños de sangre a raudales»), no tiene fin.
Se calcula que en la guerra iniciada en Irak por los Estados Unidos, murieron 260.000 niños a causa de enfermedades, balas, bombardeos y explosiones. Pero Barack Osama, quiero decir, Obama, acaba de matar a un «responsable de la muerte de miles de hombres, mujeres y niños», y entonces ahora el mundo es un lugar más seguro y más justo. También afirmó que: «Como país no toleramos nunca que nuestra seguridad sea vulnerada. Seremos honestos a los valores que nos hacen ser quienes somos». ¿Cuáles son esos valores?… Tal vez, vulnerar la seguridad de otros países en aras del propio bien. Sobre todo, del bien económico y de los desvalores que rigen los negocios del petróleo y de las armas.
Nombres
Y que nadie se engañe. Que sea Obama el matador de Osama, y que hoy muchos confundan ambos nombres, no es un puro azar. El uno representa al máximo terrorismo de Estado existente, el otro, representó al terrorismo internacional organizado. Uno y otro son la cara de una misma moneda (con un águila de curvo pico en el anverso, y una cabeza con turbante en el reverso). Esta semejanza sonora de los nombres es una ironía del destino. Un guiño de la historia. Un ardid genial, acaso, de quien rige el curso de los astros para poner en evidencia una vil e incestuosa coincidencia de opuestos. Y si a esta similitud nominal que se da entre Obama y Osama, le sumamos el nombre del vicepresidente norteamericano Joe Biden (cuyo apellido parece una contracción fonética de Bin Laden), entonces la fórmula política Obama-Biden encierra entre sus letras, crípticamente y por sugestión sonora, el deleznable nombre de Osama Bin Laden. Este curioso hecho remite al uróboros de la mitología griega, la serpiente-dragón que se devora a sí misma creyendo (por una errónea visión extremista), o queriéndole hacer creer a los espectadores ingenuos, que su otro extremo es algo enteramente distinto de ella, cuando la verdad es, precisamente, todo lo contrario. Quien quiera entender, que entienda. © LA GACETA
Sebastián Dozo Moreno – Escritor, filósofo. Su última novela es Kali.