Un lector en la «Feria del Libro»

El autor advierte que podría hablarse, propiamente, de una «feria de las editoriales». Por Sebastián Dozo Moreno, para LA GACETA – Buenos Aires.

 SOLO MERCANCIA. En la exposición montada en los predios de la Sociedad Rural, muchos venden libros como si fueran bulones.(DYN)

Las cosas por su nombre. En Buenos Aires no se acaba de abrir la Feria del Libro, sino la Feria de las Editoriales. Porque en esa «feria» no es el libro el protagonista, sino las empresas que lo producen, y que hacen negocios con él. Si se tratara de la Feria de los Libreros, quizás sí merecería el nombre de Feria del Libro, pero aun así habría que constatar que todavía existen libreros genuinos (es decir, vendedores-lectores), y no tan sólo comerciantes que venden libros como si vendieran bulones o electrodomésticos.
Pero llamemos a esa Feria con el nombre oficial para evitar malos entendidos, y que no se nos tome por rebeldes sin causa y en busca de originalidad. ¿O será mejor que mostremos las causas de nuestra rebeldía?…
Si en verdad la Feria en cuestión fuera «del Libro», entonces un lector «de alma» debería sentirse allí a gusto y a sus anchas, y poco menos que en el Paraíso. Sin embargo, no es lo que comúnmente sucede. ¿Por qué?
Un lector es el que ama a los libros con amor reverencial por haber encontrado en ellos regocijo intelectual, aventuras imaginarias, sosiego espiritual, respuestas existenciales, temblores y arrobos, amores ideales y ensueños. Por lo tanto, también ama la soledad, que es la que propicia la experiencia de una lectura intensa. Y quien ama la soledad odia las multitudes (no a las personas, sino a la masa en la que las personas se funden y confunden).
Entonces, cuando un lector abre un diario y lee que: «Más de 35.000 personas ingresaron con entrada libre y participaron anteanoche, hasta las 2 de la madrugada, de la 33a Feria del Libro, en una jornada que durante todo el día recibió unos 100.000 visitantes, según estimaciones extraoficiales», difícilmente sienta el deseo de ir a zambullirse en esa marea humana que circula entre miles de islotes (stands) en los que se exhiben cientos de libros de todos los colores y tamaños imaginables.
Y aun suspirará de alivio este supuesto lector «de alma» por no haber asistido a la inauguración de la Feria, al leer: «una murga, Los Elefantes del Bazar, con grandes globos y estandartes, abrió paso al recorrido del jefe de Gobierno, Jorge Telerman, que, rodeado de colaboradores y como una estrella de rock, firmó autógrafos y se sacó fotos con vecinos».
Multitudes y políticos en campaña. Dos buenas razones para que un lector se resista a ir a pasearse por la Feria en busca de aquellos libros que, infructuosamente, rastrea desde hace tiempo en bibliotecas y librerías, y que tal vez, sólo tal vez, estén en esa feria en la que hay 1.521 expositores de 58 países, y miles de libros. Pero en el supuesto caso de que ese lector decidiera ir a la 33a Feria del Libro, sería crucial que no dejara pasar más de dos o tres días sin cumplir su cometido, y que no leyera los diarios en los días previos a su visita, porque si esto sucediera «Gritos, insultos, forcejeos, escaramuzas. Muchas acusaciones, algunos argumentos y ningún libro a la vista caracterizaron la presentación del piquetero y ex funcionario Luis D?Elía en la Feria del Libro, que, como se preveía, terminó en escándalo», es lo que publicó La Nación a dos o tres días de inaugurada la Feria. Y también esta otra noticia: «En la Feria del Libro se acumulan ofertas de cementerios privados, espiritismo, asuntos gremiales, reparto de medicamentos y la posibilidad de escribir los nombres en chino». Y como si no fuera bastante, la aclaración de que: «Ya de salida, el visitante puede darse una vuelta por el stand 2646, de la División Prevención Social de las Toxicomanías, en el que hay dos figuras en cartón de policías, uno femenino y otro masculino, donde se puede meter la cara y realizar el sueño de la foto con uniforme propio».
Mareas humanas, políticos en campaña, piqueteros, espiritistas? Más de una razón de peso para que un lector vacile en visitar la Feria del Libro. Y hasta es probable que, para mejor comprender su aversión hacia ese fenómeno supuestamente cultural, el lector memorioso busque en su biblioteca algún libro que lo afirme en su actitud «rebelde y retrógrada». Y entonces, quizás, relea unas páginas de «¡Tierra! ¡Tierra!», de Sándor Márai, en el que el escritor húngaro dice que, después de la Segunda Guerra Mundial, «la esencia del libro había cambiado. Los libros se propagaban con la rapidez de una epidemia (como sus lectores y sus autores), y el libro masificado ya no era más que un instrumento auxiliar para el ser humano masificado, como las vitaminas, la radio o el automóvil. Todo el mundo tenía libros, pero ninguno esperaba una respuesta de ellos». Y en líneas subsiguientes: «El libro ya no era un mensaje, sino un medio de comunicación, y un producto».
Y también es posible que nuestro lector eche mano del excelente libro de Esteban Peicovich «Gente Bastante Inquieta», y voltee sus páginas hasta dar con estas declaraciones de Elvio Botana: «Antes el libro se escribía, y ahora se fabrica. Antes se escribía y se encuadernaba para la eternidad. Ahora son descartables. En Estados Unidos los leen y los tiran, igual que esa música movediza que no deja pensar». Y también: «Los sabios están en la calle y no en la Feria del Libro. A la Feria del Libro jamás hay que entrar. En la Biblioteca de Chile hay una frase que dice: Dios te libre, libro mío, de las manos del librero, que cuando te lo está alabando, es cuando te lo está vendiendo.» Pero, a pesar de las desalentadoras noticias del diario acerca de la Feria, y de los dichos de Marai y Botana, quizás el lector indeciso recuerde que Baudelaire recomendaba «baños de multitud» a los solitarios empedernidos (como remedio para el orgullo y la misantropía), y que, además, reconozca que obras formidables como «El gran torbellino del mundo» y «La Nave de los Locos», de Pío Baroja, «La Comedia Humana» de Balzac, y «Hojas de Hierba» de Whitman, le deben su existencia al amor de esos escritores por el mundanal ruido, es decir, por el ruidoso mundo. «¿Qué mejor ocasión, entonces, que la Feria del Libro para darse un baño de bulliciosa humanidad?», tal vez piense el lector solitario, y entonces acuda a la Feria saltando sobre sus prejuicios y aprehensiones, y con la secreta esperanza de encontrar alguno de los libros que busca, sin éxito, desde años.
Ahora bien, ¿qué libros buscará el lector vocacional en la base de datos y los stands de la Feria? Ninguno de los que hoy se promocionan, por supuesto. Sino aquellos libros que fueron «encuadernados para la eternidad». Buscará obras como «Peregrinación a las Fuentes», de Lanza del Vasto, «La Copa de agua», de Francisco Luis Bernárdez, «La Odisea», de Nikos Kazantzakis, «Figuras Humanas», de Giovanni Papini, «Introducción a la Vida Angélica», de Eugenio D´Ors, «Un Sepulcro en el Cielo», de Vintila Horia, «Sigüenza», de Gabriel Miró?Y no encontrará ni uno sólo de estos libros memorables. Ni uno solo. Y en cuanto al baño de multitud, no se sentirá reconfortado, sino aturdido, sofocado, y con furiosas ansias de espacio y de «soledad sonora». Entonces nuestro lector regresará a su casa, a su escritorio, tomará un libro viejo de su biblioteca, y se sentará a leerlo sin prisa, lejos, muy lejos, de los fabricantes de libros, los discursos, los políticos, las murgas, los espiritistas, y los escritores de moda. (c) LA GACETA