Asedio a la infancia

El mercado tiene a los niños en la mira. La publicidad manipula a los pequeños y genera en ellos una compulsión por tener, que exacerba la frustración y, a la vez, hace que pierdan el sentido de la gratitud. El «chico materialista» termina viendo a las personas como instrumento de su satisfacción. Y, como agravante, hay cada vez más jueguetes que lo tornan violento y ansioso. La insatisfacción y la cosmogonía cartaginesa.
Según la asociación Consumer Unions de los Estados Unidos, los niños de los países desarrollados ven desfilar 30.000 anuncios de publicidad al año. A su vez, el profesor de marketing de la Universidad de Texas, James Mc Neal, razona: «¿Por qué las marcas de todo el mundo han puesto los ojos en los niños? Muy simple: son el mercado más grande del mundo».

Películas, sitios de internet, libros, juguetes, videojuegos, golosinas, cadenas de comida chatarra, ropa, música?  No hay rubro en el que los niños no sean un blanco  del consumo masivo. Sobre todo desde que la televisión logró que los niños sean los que elijan sus regalos, en obediencia a la voz anónima, en off, que les ordena: «Pedíselo ya mismo a tus padres». ¿No debería prohibirse una manipulación tan alevosa de la mente infantil? ¿No es ese un método perverso de acostumbrar al niño a comportarse compulsivamente, como autómata, movido por un deseo ciego de poseer «ya mismo», desesperadamente, lo que se le muestra como un codiciado bien?.
Lejos quedaron los días en que el niño era sorprendido con un juguete original. Ahora el niño «sabe» lo que quiere, incluso a la escasa edad de tres o cuatro años, y entonces lo pide a gritos en su casa, o lo señala con avidez al reconocerlo, al paso, en la vidriera de un shopping. ¿Y quién se resiste a complacer a un niño ilusionado?
El problema es que ese deseo de obtener un juguete (o un alimento, que también es vendido como un objeto de consumo y no de alimentación), vuelve despótico a quien no tiene desarrollado aún su juicio crítico. Pero no porque el niño sea un déspota natural, sino porque el mercado logra tiranizarlo con un «hambre» que pide saciedad inmediata (los niños, hasta cierta edad, se llevan a la boca todo lo que toman en sus manos).

Advertencia apocalíptica
La palabra consumo está estrechamente relacionada con la palabra energía. Ahora bien, en el caso del mercado que hace de un niño un consumidor, ¿quién es el consumidor, y quién el consumido? Si se piensa en términos meramente materiales, el niño es el que consume. Si se piensa en energía espiritual (intelectual, anímica), es el mercado el que sorbe la savia vital del niño, al generarle insatisfacción, nerviosismo, y un deseo acuciante de posesión que mueve los hilos de su voluntad desprevenida, haciendo de él un títere (un juguete más) del capitalismo devorador.
¿Qué otras consecuencias tiene la manipulación que el mercado moderno hace de la infancia?
Cuando el niño logra «consumir» lo que se le muestra en la televisión, o en una publicidad callejera, termina creyendo que hay una especie de relación necesaria entre ver, pedir, y obtener. Entonces, cuando esa «ley» no se cumple, el niño se enfurece y exige que las cosas sucedan como «deben» suceder. Por tanto, desaparecen los sentimientos de gratitud y de sorpresa (algo crucial en el periodo de la infancia) para dar lugar al resentimiento y la frustración. Además, el niño pierde la noción de que las cosas «cuestan», y los juguetes ya no significan una demostración de afecto, sino un paliativo de la ansiedad consumista, y nada más. ¡Y nada menos!, porque ese deseo es como aquel monstruo del Apocalipsis que «cuanto más come, más hambre tiene».

Arcilla manipulable
El consumismo hace del niño una persona materialista. Pero ser materialista no significa creer en la materia y negar el espíritu, sino tomar a las cosas y las personas como «material», es decir, como instrumentos de la propia satisfacción.
El niño materialista sólo busca satisfacer sus sentidos o su ego, y no valora a las cosas, las personas, y las acciones, en sí mismas. Sólo tiene interés en lo que le proporciona algún tipo de placer efímero. ¿Por qué efímero? Porque un niño, ser espiritual al fin, no se sacia con la obtención y consumo de objetos, sino con el afecto recibido y prodigado, con los límites que templan su ánimo y su voluntad (afecto es sinónimo de contención), y con el despliegue de su personalidad en el juego creativo, la lectura, el aprendizaje, y la amistad.
Y a propósito del juego libre y creativo, y de los límites que enderezan la voluntad del niño hacia un buen fin. ¿Cuántos niños habrá en el mundo, a cada hora, delante de millones de pantallas de televisión, o de videojuegos, con los hombros y la mandíbula caídos, ausentes, y a merced de productores y anunciantes ávidos de riqueza?
Y téngase en cuenta que la infancia es la etapa en la que se moldea el carácter. Es el periodo de la «enérgica absorción», para decirlo con palabras de Ortega y Gasset. Es la edad en la que se fijan las conductas, las preferencias, y las aspiraciones.
«Dénme un niño hasta los 12 años, y haré de él un sabio», decían los filósofos de la antigüedad. «Entréguenme un niño de cualquier medio social y pídanme que haga de él un científico, un artesano, un político e incluso un criminal, y yo lo lograré», proclamaba en 1932 el psicólogo estadounidense Edward Chace Tolman, teórico de la educación manipuladora. Y es que la ventaja de que el niño sea arcilla maleable, y no rígida, es a costa del riesgo de que se convierta en arcilla manipulable en manos de personas o sistemas perversos. Y, al decir del refrán: «lo que en la cuna se mama, en la tumba se derrama».

Los niños y el dios Moloch
Los juegos electrónicos generan violencia y cargan tensiones. Y si un niño con una espada de madera es un idealista nato, con una ametralladora virtual, ¿no será un violento en potencia?
Se habla de la anorexia física de las modelos (víctimas, al igual que los niños, de la moda, el esteticismo, y el consumismo feroz). ¿Cuándo empezará a hablarse de la anorexia espiritual e intelectual de los infantes?
Por demás, ¿se ha notado que la insatisfacción consumista lleva al niño a no cuidar, e incluso a romper sus juguetes con saña? El gran poeta Víctor Hugo escribió: «Cuando un niño destroza su juguete, parece que anda buscándole el alma». En nuestra sociedad capitalista, ¿no será que el niño busca su propia alma más allá de los objetos poseídos?
Y en cuanto a los medios de comunicación, ¿no debería prohibirse a los canales de televisión que suban el volumen durante sus anuncios publicitarios? Es esta, sin duda, una sutil forma de manipulación psicológica. Pero incluso deberían prohibirse las publicidades en los canales infantiles.
Por último, el filósofo inglés Thomas Hobbes comparó al Estado con el monstruo bíblico Leviatán. ¿Habrá que comparar a las sociedades modernas con Moloch, el dios cartaginés que exigía el sacrificio de niños pequeños?
Hay, sin embargo, un dato clave y esperanzador al respecto: en Cartago, sólo eran sacrificados los niños que eran entregados a los sacerdotes paganos… por sus propios padres. © LA GACETA

Sebastián Dozo Moreno – Escritor, profesor de Filosofía y Literatura, colaborador permanente del diario «La Nación».