El miedo, una epidemia universal
El pánico, «mal del siglo». Por Sebastián Dozo Moreno – Para LA GACETA – Buenos Aires.

Cada época tiene su propio mal. Su patología. Y el de nuestro tiempo es el miedo fóbico o, en otras palabras, la obsesión por la seguridad. No es algo exclusivo de nuestro país, sino del mundo entero. En la Era de las comunicaciones, cualquier pasión humana puede adquirir dimensiones planetarias, contagiarse a la velocidad de la luz y volverse epidemia. Y si se trata de un sentimiento elemental del hombre, como el miedo, más aún. Y es lo que ha sucedido. Una prueba es que la expresión «ataque de pánico» se hizo popular en Estados Unidos y en la Argentina, en Francia y en Tombuctú. Si hace apenas unas décadas se hablaba de depresión o angustia, y siglo atrás de represión, hoy se habla de pánico y fobias como de algo familiar. Muchas personas tienen un miedo atroz. ¿A qué? A todo. A salir a la calle, a volver tarde, a viajar, a que los propios hijos vayan de acá para allá, a ser asaltados o a enfermarse. A todo? Porque el pánico no es el conocimiento cierto de un riesgo concreto, sino una vaga sensación de peligro que impregna nuestro ánimo y nos acobarda en cualquier situación que estemos, insegura o no.
Ante un peligro real una persona toma precauciones, se preocupa y actúa. Si teme que entren ladrones a su casa, pone rejas y alarma. Si no confía en el conductor del transporte escolar, lleva ella misma a sus hijos al colegio. Esto es ser prudente y tomar recaudos. Pero el miedo que no es adaptativo (es decir, útil para la vida), sino fóbico o genérico, es otra cosa. No impele a la acción; paraliza. No desaparece al tomarse medidas; se acrecienta. Y esto se debe a que el miedo es lo más irracional en nosotros. No es fruto de una reflexión sino de una emoción. No es tampoco una creencia sino una superstición. Más aún, el miedo «a todo» es la superstición por excelencia: la superstición de que cualquier cosa mala puede pasarnos en cualquier momento, si no estamos en constante estado de alerta (es decir, en estado de ansiedad angustiosa). ¿A qué se debe esta globalización del miedo humano en su forma más extrema y enfermiza? En otras palabras, ¿cuál es la causa de la propagación alevosa de esta «peste anímica»?
Posibles causas del pánico global
Una causa posible es «la aceleración de la historia», de la que todos hablan. Si bien el mundo siempre fue un poco caótico, y gracias a esto cambiante y creativo, lo que nos diferencia de otras épocas es que nosotros vivimos vertiginosamente. Todo cambia en forma veloz, y el río de Heráclito (el río es símbolo del fluir del tiempo para este filósofo) es ahora un torrente furioso que nos arrastra en su corriente espumosa, impidiéndonos hacer pie para reflexionar. La tecnología se renueva a cada hora. Las barreras del sonido y el calor fueron derribadas. Nos desplazamos en autos, trenes y aviones, más y más rápidos. La moda muda de estilo cada mes, y la prisa signa todas las actividades humanas. En consecuencia, la velocidad de la vida moderna genera sensación de inestabilidad, vértigo, vacío? miedo fóbico. A mayor velocidad, menor control, y creciente sentimiento de vulnerabilidad. Aprender a detenerse, es decir, leer, meditar, conversar? es la clave para sustraerse a este fenómeno atemorizante de aceleración histórica.
Después están las películas y los noticieros. Ambos hacen negocio excitando el miedo de las personas. En busca del entretenimiento fácil, el cine y la televisión abundan en escenas de crímenes y accidentes de pavoroso realismo. A su vez, los noticieros explotan el morbo del espectador con información amarillista, inculcando la creencia de que el mundo es un lugar aterrador. Los diarios, internet y las radios hacen otro tanto, y los documentales, que debieran tener un fin educativo, tratan mayormente sobre el calentamiento global, las catástrofes naturales, los criminales en serie, la amenaza atómica, la posible colisión de un meteorito con la Tierra y demás. Así, la psique humana se carga día a día con información e imágenes capaces de impresionar al más insensible? ¿Y es preciso señalar la estrecha relación que existe entre el miedo y la imaginación? Moderar el consumo de noticias y filmes truculentos es un buen modo de neutralizar el pánico que hoy se propaga por fibras ópticas y señales satelitales, cables, pensamientos y miradas despavoridas.
Se me dirá que, al margen de la aceleración histórica, del cine y de los medios de comunicación, hay motivos reales para vivir atemorizados, ya que los hechos delictivos aumentan día y día a la par de la desigualdad social y del consumo indiscriminado de drogas y alcohol. Y es verdad. Pero esto no alcanza para explicar el pánico o miedo fóbico que afecta a miles de personas en el mundo globalizado.
La condición humana
Si el cine y los medios de comunicación pueden atemorizarnos tan fácilmente, es porque tenemos propensión al pánico. Nuestra condición mortal nos predispone a ello, y es quizás el origen de todo temor. El miedo al fracaso (la muerte se presenta a nuestra imaginación como el fracaso mayúsculo), el miedo a la enfermedad, a la soledad y a la vejez se originan en la conciencia de que vamos a morir. «Sólo los animales son inmortales, porque no saben que tienen que morir», dijo Borges. Podría haber dicho «felices» en vez de inmortales, o despreocupados, o libres. Nosotros, en cambio, vivimos asediados, consciente o inconscientemente, por el fantasma del fin. Por el pánico a la muerte. Pero el miedo fóbico? ¿nos constituye de un modo esencial e inevitable? Y la respuesta de los filósofos de todos los tiempos es un enérgico e inconfundible «¡No!». Y cada cual explica a su modo que el miedo es fruto de una ignorancia radical con la que nacemos, pero que es posible erradicar a fuerza de conocimiento y disciplina interior.
Los tres actos de conciencia
He aquí la cuestión clave de la filosofía. La superación de la ignorancia que nos acobarda y hace de nosotros criaturas débiles e inseguras. ¿Qué clase de ignorancia? La que nos impide ver más allá de lo que las cosas «parecen» ser.
Si nos miramos en un espejo, no vemos más que nuestra apariencia material, es decir, un cuerpo con el que desde niños nos identificamos casi en forma absoluta. Y sin embargo, basta con fijar la mirada en el espejo para atravesar nuestra imagen, y percibir que el cuerpo es parte de una realidad más vasta y profunda a la que llamamos alma, espíritu o psique. Los cuentos infantiles en los que un espejo mágico es puerta de entrada a otro mundo ilustran la capacidad humana de traspasar la superficie de las cosas para ver su profundidad. Pero si una persona no se atreve a traspasar su apariencia, el miedo inconsciente a la muerte la dominará hasta impregnar todas las dimensiones de su ser, ya que, simplemente, el cuerpo es algo frágil y caduco. ¿Y es preciso destacar que la asociación de espejo, apariencia e ignorancia es especialmente significativa en la «Era de la imagen»?
A ese primer acto de conciencia de que somos mucho más que un cuerpo lo sigue la comprensión de que el alma espiritual que alienta nuestro cuerpo es inmortal. Quien persiste en fijar su mirada en el espejo no sólo percibe que es más que su aspecto, sino que ese otro yo que se nos revela como enmascarado es atemporal, por tratarse de nuestra esencia indestructible y divina. Aunque parezca extraño, este conocimiento nos trabaja desde adentro, exorcizando progresivamente el miedo a la fugacidad y a la muerte, causa penúltima de toda angustia existencial.
El tercer acto de conciencia se deriva de los dos anteriores, y es entender que no somos la Vida, sino que participamos de ella. Que estamos inmersos en un orden que nos excede. Que no nos hicimos a nosotros mismos, ni creamos el universo que habitamos. «Y Dios dijo ¡Hágase Newton!, y todo fue luz», se lee en la lápida del genio inglés, y no lo contrario: «Y Newton dijo, ¡Hágase Dios!…», etc. Por lo tanto, nuestro destino, todo lo bueno y malo que pueda sucedernos a nosotros y a los que amamos no depende en forma absoluta de nuestra voluntad, mal que le pese a nuestro ego narcisista.
Quien se sabe partícipe de un orden superior se entrega, confía, y crea anticuerpos contra el virus pandémico del miedo generalizado. De todo evento futuro espera lo mejor. De los males presentes cree que saldrá airoso. Sonríe. Lleva alta la frente. Se mueve con paso liviano. Es inmune a los malos augurios. Tiene plácido el semblante. Rítmicas las pulsaciones. Y en suma: es un raro ejemplar de nuestra aturdida especie. A nada teme? Es libre.
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Sebastián Dozo Moreno ? Profesor de Filosofía y de Literatura, colaborador permanente del diario La Nación.