Las raíces de la violencia adolescente
Domingo 9 de Diciembre de 2007 | Masacre en Finlandia. Por Sebastián Dozo Moreno, para LA GACETA – Buenos Aires. ¿Cuál es la fórmula para hacer del cerebro de un joven una bomba de tiempo? Simple. Debe tener fácil acceso a un arma de fuego.
¿Cuál es la fórmula, o la receta macabra, para transformar el cerebro de un adolescente en una bomba de tiempo? Muy simple. Primero, el adolescente debe tener fácil acceso a un arma de fuego. Más aún, es importante que alguna vez haya tocado, pesado, y acariciado una con sus manos, para que conozca esa sensación de poder que sólo proporciona el contacto directo con el metal frío y pulido de una pistola, una escopeta, o un fusil de largo alcance.
Un adolescente es alguien que siempre está a la caza de su autoafirmación, y el contacto con un arma de fuego electriza su corteza cerebral con gratas sensaciones de confianza en sí mismo y de posibilidades reales de revancha contra la “incomprensiva” sociedad burguesa, que margina al inexperto y al diferente, y no da lugar a los ideales nobles y las utopías. En su defecto, la manipulación virtual de armas de fuego, granadas, y armas blancas, a través de los videogames, bien puede sustituir al primer ingrediente de esta receta explosiva (“un pastel pintado no sacia el hambre, sino que lo aviva”, reza un antiguo proverbio oriental, y lo mismo vale decir de un arma “pintada” o virtual y la sed de violencia).
Luego, es importante cargar el cerebro adolescente con gran cantidad de escenas de cine sangrientas, en las que el héroe del filme sea un justiciero impiadoso que mate a sus víctimas sin mosquearse y que desprecie la propia muerte por completo. Es decir, una especie de vengador anónimo que no conozca otra ley que su voluntad ni otro castigo justo que el que él decida infligir a sus enemigos.
Por demás, si al adolescente se lo acostumbra a las escenas fílmicas truculentas, haya o no en ellas superhéroes crueles, este se volverá insensible al dolor ajeno, considerará a la vida humana una cosa insignificante, y se sentirá inclinado a descargar sus tensiones de un modo violento y sin culpa (la sociedad del espectáculo legitimó el sadismo al convertir a la crueldad en entretenimiento de masas). Todo esto, a la vez, hará que disminuyan en él los sentimientos “débiles” como la ternura, la culpa, la compasión y el respeto por el prójimo.
Otro ingrediente necesario para que el cerebro de un joven deje de ser un “órgano de atención a la vida”, según lo definió el filósofo y premio Nobel Henri Bergson, y se convierta en una masa confusa y a punto de estallar en la hora señalada, es una buena dosis diaria de música ruidosa (rock pesado, música electrónica, o rapera, etc.) capaz de ofuscar la conciencia y de hacer resonar en el cerebro aturdido multitud de palabras resentidas y sin concierto.
Si pensar es poder oír el propio pensamiento, quien no se escucha a sí mismo no tiene autodominio y está a merced de cualquier impulso que le gatille la voluntad en el momento “menos pensado”.
Por último, es crucial impregnar el cerebro adolescente, desde la etapa núbil de su desarrollo, con sustancias desinhibitorias (drogas, alcohol, o ambas a la vez) que den por tierra con escrúpulos morales o cualquier otro tipo de límite impuesto por el Estado represor, la religión castradora o la moral “hipócrita” de los adultos. Cabe tener en cuenta que el libre acceso a los ciber-prostíbulos de internet provoca en el cerebro humano un efecto desinhibitorio semejante al de las sustancias mencionadas. Pero ya sea que se trate de uno u otro narcótico, lo importante es que la impregnación del cerebro con algún intoxicante fuerte contribuya a fijar en la mente, a modo de divisa sagrada, las mágicas palabras acuñadas por la demagogia mercantilista actual: “¡Sólo hazlo!”.
Ocho personas acaban de ser asesinadas por un estudiante en un colegio de Finlandia (escúchese la música de fondo del video que el criminal subió a internet la víspera de la masacre). Asimismo, en Columbine, una escuela secundaria de Colorado, Estados Unidos, dos alumnos de esa institución masacraron a doce estudiantes y dejaron heridos a otros veinticuatro el 20 de abril de 1999. En la Argentina, en una escuela de Carmen de Patagones, un adolescente de quince años mató a tres compañeros con un arma de fuego en octubre de 2004 (el asesino era fanático de la música de Marilyn Manson). También, el 16 de abril de 2007, treinta y dos personas fueron asesinadas por un joven en la universidad Virginia Tech de los Estados Unidos (era surcoreano, pero desde los ocho años de edad vivía en Washington), y en total, más de medio centenar de personas, entre estudiantes y profesores, perdió la vida en distintos colegios y universidades de esa nación en los últimos diez años por hechos de violencia semejantes.
Hay, por tanto, sobradas pruebas de que la fórmula que acabamos de presentar para la transformación del cerebro de un joven en una bomba de tiempo, es triste y alarmantemente eficaz.
Sólo cabe preguntarse cómo es que Occidente, que tanto se preocupa por el uranio enriquecido de Irán y de Corea del Norte, con el que esos países podrían fabricar bombas de destrucción masiva, desatiende, como a un peligro menor, la materia gris empobrecida de las nuevas generaciones, con las que las sociedades capitalistas de este lado del mundo producen adolescentes violentos, explosivos y de impensables capacidades destructivas.