Profecías que se auto cumplen

Lo asombroso no es que la realidad supere la ficción, sino que la ficción se adelante a la realidad, prediciéndola… ¿O creándola?

Poco antes de que el mundo se pasmara con las imágenes del tsunami que azotó a Asia, millones de personas vieron en la pantalla grande imágenes de olas gigantes arrasando ciudades en los filmes Impacto Profundo y El Día Después de Mañana. Y es como si la ola de más de veinte metros que asoló diez países, hubiera rodado por la imaginación colectiva antes de que la catástrofe sucediera. Suele decirse que el hombre debe tener cuidado con aquello que desea, porque los deseos, una vez concebidos, pueden hacerse realidad, como si la voluntad tuviese el poder de crear con su sed el agua de la que está sedienta. ¿No sucede algo semejante con la facultad de la imaginación? Imaginar lo que antes no existía, es una forma de conferir existencia (virtual, pero existencia al fin) a sucesos posibles, y acaso la complicidad de la voluntad y el deseo es lo que hace que, en efecto, acontezcan determinados hechos que permanecían dormidos, y como en estado embrionario, en algún lugar del universo (en el fondo del océano, por ejemplo). Si esto fuera así, entonces la participación de millones de personas en la figuración de un “hecho posible”, aumentaría millones de veces la posibilidad de que el hecho imaginado se haga realidad.

Podrán tomarse estas ideas por absurdas o fantasiosas, y sin embargo esta cuestión de las profecías que se auto realizan por la fuerza de la imaginación o el deseo, es algo tan antiguo como el hombre. Cuando, por ejemplo, el homo sapiens pintaba en el muro de su caverna un bisonte atravesado con una lanza, era porque creía que esa imagen tenía el poder de convertir un hecho virtual en real, que es igual a decir que creía en el poder realizador de su propio deseo imaginativo. A la luz de esta idea, es que hay que comprender el remordimiento de El Greco por haber pintado su famoso cuadro El Entierro del Conde de Orgaz, ya que el pintor cretense estaba convencido de que ese fresco había provocado (con el poder de su sugestión) la derrota de la flota La Invencible a manos de los ingleses. En este mismo sentido, Kazantzakis, autor de Zorba el Griego, afirmó que Colón creó América a fuerza de soñarla, y que la proa de su carabela avanzó sobre el abismo forjando a su paso un mar que antes no existía (es la experiencia emocional de los visionarios y los creadores).

No estamos hablando entonces de profecías o predicciones, sino del poder creador de la mente humana, es decir, del raro fenómeno de que lo imaginado o deseado por una persona (o por millones de espectadores, o lectores) se vuelva realidad. Este tipo de profecías que se auto cumplen no corresponden, por lo tanto, a los videntes y los profetas, sino a los artistas, los emprendedores, los directores de cine, los escritores, y a cualquiera que sea capaz de pensar con intensidad una imagen o de incubar un deseo. No se trata de avistar el futuro, sino de forjarlo a fuerza de imaginarlo.

Uno de los casos más extraños de profecías auto cumplidas, es el de la novela que describió el hundimiento del Titanic catorce años antes de la tragedia. El escritor Morgan Robertson, contó en su obra cómo un trasatlántico de nombre Titán, de 70.000 toneladas, y con 2500 pasajeros a bordo, chocaba con un iceberg en su viaje inaugural, se hundía, y la mayoría de los pasajeros se ahogaba por haber tan sólo 24 botes salvavidas. Y el 14 de abril de 1912, el Titanic, de 66.000 toneladas, que cruzaba el atlántico en su viaje inaugural, chocó con un iceberg y se hundió por contar con sólo 20 botes salvavidas, por lo que perecieron 1.513 pasajeros. Y Robertson no era un profeta, sino un simple “imaginador” de historias.

Julio Verne, a su vez, en su novela De la Tierra a la Luna, ubicó la plataforma de lanzamiento de su nave espacial en Cabo Town, muy cerca de Cabo Cañaveral, en donde partiría la Apolo XI a la luna 113 años después. Además, la nave de Verne es tripulada por tres hombres, y tiene la misma altura y el mismo peso que la que tendría la misión del Apolo VIII, y ¾para colmo de coincidencias¾ también cae al mar, a sólo cuatro kilómetros de donde caería la nave de la NASA. Una vez más, no se trata quizás de una profecía, sino de la capacidad de la mente de crear su objeto, lo cual nos lleva a hacer dos reflexiones fundamentales.

La primera, que en la Era de la imagen, este fenómeno psíquico de generar hechos a fuerza de imaginarlos, adquiere un peso que nunca antes había tenido. La segunda, que si bien la expresión «profecías que se auto-cumplen» suele tener una connotación negativa, y fue utilizada en un principio para explicar determinadas estrategias político-económicas, lo cierto es que su sentido es sumamente amplio, y puede servir para considerar el papel de la imaginación colectiva no sólo en casos curiosos como los referidos, sino también en el destino de una sociedad en su conjunto: si una nación ¾por ejemplo¾ no se sueña honesta y próspera, difícilmente llegará a serlo algún día. Más aún, la condición ineludible para que un país salga de su desidia, es que sus ciudadanos profeticen llenos de fe que el cambio sucederá sin lugar a dudas.

Y es así cómo he dado un largo rodeo para destacar la importancia de que nuestro país, en el año que comienza, se libre del pesimismo que lo agobia, y forje un futuro mejor a fuerza de creer en él y de predecirlo, aun cuando semejante predicción provoque la risa de los eternos escépticos y desencantados (esa risa burlona “destructora de todo generoso anhelo”, según Quijote). A propósito de esto, ese cumplidor de sus propias profecías que fue Sarmiento, al ver que los senadores se reían de un ambicioso proyecto suyo, pidió que constaran en las actas las risas de sus opositores para que “las generaciones venideras sepan que para ayudar al progreso de mi país, he debido adquirir inquebrantable confianza en su porvenir. Necesito que consten esas risas, para que se sepa también con qué clase de necios he tenido que lidiar». Este tipo de confianza inquebrantable, de la que nuestro país tanto precisa, es heroica por su vehemencia, y profética por su poder de realizar lo que augura.

De adoptar o no esta actitud prócera, depende que el futuro de la Argentina sea catastrófico o venturoso. Dicho de otro modo: del don profético de cada ciudadano argentino, depende que la nave de la República se hunda, o sea lanzada hacia un mañana más alto y digno, más cierto y civilizado.

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