Sándor Márai y el misterio de la transmutatio

Carta a Abel Virgilio.

Ave Fater!…. sí, coincido en que Sandor tenía una gran carencia de afecto (s)… no tenía hijos, no era feliz en su matrimonio, la guerra le arrasó casa y familias. Era un exiliado. Putañero, bebedor, solitario, etc. Quién puede dudarlo. Sus «confesiones» no las pude terminar. Es denso e inconexo. Lo escribió si bien recuerdo a los 30 años… uno podría decir: «y bueno, era muy joven», pero Papini escribió su obra maestra «hombre acabado» a esa misma edad, y Miguel Ángel su Piedad… y Alejandro Magno, a esos años ya había conquistado medio planeta (del conocido entonces).

Y en cuanto a su desamor… En fin, Dostoyevski era medio parricida, y se había ufanado con Tolstoi de haber abusado de una niña (se dice que mentía para escandalizar al moralista en que había devenido el otrora autor de Anna Karenina, y otros dicen que como cuando era niño, su amiguita de infancia había sufrido tal suerte, lo perseguía esa idea de que él era culpable del crimen, por la sola razón de que su teoría filosófica fundamental radicaba en afirmar que todos somos culpables de todos y de todo. De hecho, una biografía famosa sobre él se titula EL CULPABLE)… Como fuere, Kazantzakis, a su vez, identificaba a la Naturaleza con una gran prostituta, y era de la teoría que las mujeres eran una joya del varón y nada más. Unamuno era un egomaníaco que no sabía conversar con los demás, y que le dedicó su libro de amor (igual que Lugones) a una amada desconocida a la que él llama Teresa, y que se supone era una núbil doncella alumna suya. Verlaine, el gran príncipe de las letras francesas, al que Rubén Darío llamó «Padre y maestro mágico», era no sólo sodomita incurable, sino que además había tratado de estrangular dos veces a su madre, y dejó rengo de un tiro a su novio Rimbaud, y se dice que cuando el hombre entraba en celo era mejor estar a cierta prudente distancia de su erótico furor. Valle Inclán, el magnífico artista gallego, autor de obras inmortales, se confesaba despótico, lujurioso, inconstante… y De la Serna cuenta en su formidable biografía sobre ese manco furibundo, que a una pobre mujer que limpiaba en un bar que él frecuentaba, un día le espetó delante de todos, gratuitamente: «tú eres una estúpida fregona, y no sirves más que para eso»… Y ese rufián, sin embargo, absurda y escandalosmente, es el mismo que escribió esa obra sutil y «mágica» que amaba Darío: «La lámpara maravillosa», que parece escrita por un querubín.

A lo que voy es a que lo raro no es que Marai fuera un desamorado burdelero, pesimista decadente y holgazán errático… Sino el hecho de que en el estiércol de sus bajas miserias haya hecho crecer, él, con su sudor de artista empecinado, flores del bien y del mal, que enhechizan; hemerocalices mórbidos, que fascinan, en suma, libros geniales que contienen claves de la naturaleza humana, grandes momentos espirituales, intensos diálogos de almas en pena, y como bien dijiste vos una vez: «con el cosmos como telón de fondo»… (lo dijiste mientras leías su «Mujer Justa».

Éste es al cabo -a mi entender-, el más insonable misterio. El más escandaloso para la razón raciocinante: el hombre saca del mal, bien, de las sombras, luz; de la muerte, vida; del desamor, novelas románticas; de la esterilidad, poemas fecundos (Gabriela Mistral, que era invertida y no tuvo hijos, escribió los poemas más emocionantes dedicados al espíritu de infancia, y canciones de cuna inmortales)… Márai, era un desamorado, un solitario, un misántropo… y esto no tiene nada de extraño. Era un hombre más, con sus debilidades y bajezas. Sus luchas y angustias existenciales. Lo raro. Lo admirable, a mi entender, es que a pesar de eso, e incluso gracias a eso, él fuera capaz de sublimar sus pasiones y convertirlas en literatura… «Como cerdo y lo convierto en Goethe», decía Wolfgang. Y es esta alquimia lo más extraño y maravilloso del mundo. Lo que hace del hombre un escándalo y un milagro de transmutación. «Los moralistas tienen las manos limpias pero no tienen manos»… y al fin de cuentas resulta que la vida misma es menos moralista que los sacerdotes y los líderes espirituales de todo el mundo. Los santos, los santones, los papas y los pelones de tonsurado cráneo. «Así que le gustan estas vasijas -le dijo Baudelaire a un crítico que elogió sus flores del mal-, bueno, pues las horneo con fuegos de mi infierno interior». Y es como si la gran virtud de un artista, radicara en poder reconocer su lado oscuro, sus sombras, y en bregar por sacarlas a la luz para convertirlas en otra cosa. En sí mismo tal vez. En lo que querría ser. En lo que es en esencia… en lo que fue en su más tierna infancia. Quién sabe… Goethe reconoció su Mefisto interior, Dostoyevski su Fiodor Karamasov y su Raskolnikov, Unamuno su San Manuel Bueno (bueno, sí, pero escéptico y desesperado)… y gracias a ese humilde y valiente reconocimiento, crearon y se superaron. Suspendieron sus juicios y amaron al mundo (Márai no tanto… porque pensó más que creó). Y Papini menos, porque se dejó ganar por la razón, en vez de dar rienda suelta a su más pura creatividad (en su libro de cuentos Figuras Humanas, es más grande que en cualquiera de sus más inteligentes y agudos ensayos, a mi parecer)…