¿Quién es Poeta?

Respuesta a una carta de Mariel Molaguero

¿Quién es más poeta?… ¿El solitario, o el que recibe los honores del mundo?

Es, creo, una cuestión de naturalezas. Hay poetas nostálgicos, solitarios, reconcentrados, como Machado, como Cernuda, que precisan de la soledad quieta, de la melancolía distante, para crear. Son poetas tristes, monjes sabios, que vagan por el mundo como «fantasmas de un cuerpo», y que en rincones insospechados forjan su verso puro, pausado, fascinante… Poetas que odian el contacto del mundo, y miran a los hombres como a sombras, y a las mujeres como a rayos de luna, y a Dios como a un confidente silencioso. Poetas que desdeñan la gloria mundana, y que sacian con su obra el anhelo de inmortalidad.

Después hay poetas que poseen una naturaleza distinta. Excesivamente pasional. Su elemento no es el agua detenida en que las imágenes duermen; ni el aire, en el que las aves del pensamiento levitan… Es el fuego. El fuego que posee, que arrastra, que tiene hambre de corazones. Un fuego incontenible y tenaz que se propaga por copas y raíces, que no distingue al alma del cuerpo, y al tiempo de la eternidad. Esos poetas, a su pesar, creen más en la sangre que en el viento, y en la tierra más que en el mar. Si escriben poemas de amor, son eróticos, si poemas a Dios, rebeldes, si a los hombres, violentos, si a la rosa, posesivos, si a un músico, a Beethoven y no a Chopin. Y su reino es la contradicción continua, y no el remanso de la nostalgia resignada. Más aún, la nostalgia, lejos de inspirarlos, los mata. Y sólo en el roce con el mundo sienten el acicate de la inspiración. Darío, Baudelaire, Miguel Hernández, que escribió: «Que hay ruiseñores que cantan encima de los fusiles, y en medio de las batallas», pertenecen a esta raza, a estas naturalezas malditas.

Por eso no creo que se trate de una elección entre la vida retirada o la vida pública. Es cuestión, a mi entender, de naturalezas. De temperamentos. Y de destinos. Y tanto unos como otros son poetas. Y tanto unos como otros tienen sus infiernos y paraísos. Si yo pudiera elegir, habría elegido quedarme en la montaña donde viví seis años. Pero me ahogaba, y una fuerza superior a mi voluntad me arrancó de mi retiro y me trajo hasta acá, a la ciudad, que detesto, al bullicio, que deploro, pero en el que, sin embargo, respiro. Quizás, el poeta solitario y nostálgico, sueña con devorar corazones con su verbo, pero Dios lo destina al destierro, a la celda, al desierto, en el que, a pesar del agobio de la nostalgia, respira y sueña.

 

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