La Razón es el Diablo

Carta a Lucas Gallotti

Creo que tenés razón: la idea de Dios nos condiciona, y por tratarse de una idea absoluta (parafraseando a un conocido tuyo) “nos condiciona absolutamente”. Y este es el problema con la religión. Que la mayoría de las veces Dios no pasa de ser una idea, una representación, un imperativo moral que adquirió forma y personalidad en nuestra mente.

«Qué grande eres mi Dios,

si eres tan grande,

que no eres sino Idea.

Es muy angosta la realidad

por mucho que se expande

para abarcarte»…

Dice el famoso poema de Unanumo. Dios visto como idea es inmenso, pero no por grande, sino por abstracto. Un producto de la mente y nada más. Lo abstracto, lo conceptual, nos resulta inabarcable por inasible, e inaccesible por intangible. Tan difícil de tocar, conocer, y demostrar, como la teoría de la relatividad… ¿Y hay algo más absoluto que lo que no podemos aprehender con los cinco sentidos? (por eso la mujer ideal también se vuelve algo inalcanzable, opresivo y absoluto, en nuestra imaginación, porque la mujer «imaginada», convertida en idea, no es más que una teoría, un espejismo, un «vago fantasma de niebla y luz» (Bécquer).

Creo que el gran problema del hombre, es la mente. Una vez escribí en mi cuaderno de notas: «La razón es el diablo»… Queriendo decir que es la fuente de todos los males. La mente, o la razón, se mueve en un mundo incoloro de abstracciones, de figuraciones, que no pueden saciar nuestra hambre de verdad, de realidad, de belleza. Es la gran trampa. La gran tentación (Kierkegaard esto lo vio con claridad).

La razón pretenciosa quiere que lo que ella piensa sea verdad, pero, a la vez, se exige a sí misma demostraciones empíricas de sus teorías y postulados… Y como eso es imposible, porque una idea no puede meterse en un tubo de ensayo, acaba dudando de todo aquello sobre lo que pensó, cuando en realidad debería empezar por dudar de sí misma, para dar el gran salto.

Leí hace poco el testamento filosófico de Jean Guitton. Es un libro interesante aunque racionalista. Dice algo certero a mi entender: para que el escepticismo sea genuino, es preciso que dude también de sí mismo, y con rigor. Sino, en vez de escepticismo, hay un cómodo poner en tela de juicio al mundo. Si la duda no duda de sí misma, no es honesta.

Lo mismo con la razón (como que la duda es su hija dilecta), si no duda de sí misma, todas sus teorías y aseveraciones son meras supersticiones, prejuicios, y afirmaciones a priori…

Y he aquí la cuestión, creo. La razón piensa al mundo, lo concibe, lo aprehende. Es su función: ser herramienta del conocimiento humano. El problema es si la razón -una vez concebida una idea o noción-, no salta sobre sí misma para ir más allá, al reino real y palpable de la experiencia.

La razón, en suma, que es un medio, tiene la tara congénita de tomarse como fin, y de ahí la raíz de todo escepticismo, porque al fin y al cabo, ¿cómo puede terminar creyendo que sean reales sus ideas-fantasma, ya se trate de Dios, la felicidad, o una mujer?…

En suma, lo que pienso es que Dios como idea sí es condicionante, pero sólo como idea. Más aún, como idea hay que negarla una y mil veces, para evitar que acabe tiranizándonos, o para evitar caer en cualquier tipo de fanatismo, o de escepticismo (dos caras de una misma moneda).

La razón (como medio) es sólo un paso, un trampolín para dar el gran salto hacia la dimensión de la experiencia vital, que en el orden de la fe se llama plegaria, caridad, confianza… Creo que no hay mejor hábito al respecto que la costumbre de poner a la razón en el banquillo, para juzgar hasta qué punto ha querido erigirse en parámetro de realidad con todos sus planteos y sutilezas bizantinas.

La vida y no la razón, la experiencia y no el pensamiento, es lo que nos conduce en definitiva a la verdad de las cosas. Por eso digo siempre que uno conoce «en la sangre», y no en el vacío del universo conceptual. Yo, Lucas, que leí demasiados libros (lo digo en serio), he tenido más de una vez que salir a raspar con mi palma la corteza de los árboles (como hacía Tolstoi) para recobrar el contacto con la realidad real, rugosa, sensible, del mundo en el que me tocó nacer (el único mundo en el que hoy, aquí y ahora, puedo respirar y ser feliz).

Estoy bien lejos de purificar mi percepción de tanto «idealismo» adquirido con los años. Pero creo que estoy en camino… y eso me tranquiliza.

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