Francisco de Asís
Carta apócrifa
Amor mío;
Hoy saldrá un mensajero para Asís, y quiero que recibas una líneas mías. Giovanni, el fiel criado de tu padre, me contó que estabas enferma desde hace unos días, ¿es eso verdad, dulce amor? Si pudiera estar allí, iría a sanarte con mis canciones al pie de tu ventana, con el laúd que me regalaste en la última Navidad.
Los de Perugia resisten nuestro asedio valientemente, pero nuestro brío es aún mayor, y en unos días venceremos sus últimas resistencias. Estarías orgullosa de mí, Clara, si me vieras blandir mi espada con destreza, pero el mérito no es mío, sino tuyo, porque mi valentía se la debo a tu mirada. ¿Es ilusión mía, o en verdad están tus ojos puestos en mí en cada momento, ángel mío, y por eso cuido de que mis pensamientos sean siempre nobles, y la compostura de mi cuerpo siempre digna, para no desagradarte en nada mientras nuestros cuerpos no pueden estar juntos, con las manos y las miradas entrelazadas? Ser amado es saberse mirado… Esto es lo que he pensado hoy, al observar los rostros adustos de mis compañeros de armas que no saben de amores. Y es que el sol de este mundo no alcanza para enardecer los pechos e iluminar las mentes de los pobres mortales; se precisa de una luz superior, inmaterial, más fogosa y constante, para que el espíritu se mantenga templado pero ardiente, deslumbrado pero lúcido, fuerte pero reblandecido. Y ese sol es tu mirada, que enardece mi corazón y broncea mis brazos, y enciende en mi frente un astro de divina certeza, y salpica la hoja de mi espada con destellos que ciegan a mis enemigos cuando los acometo poseído de santo furor. “La mirada es el sol de los amantes”, será el nombre de mi próxima cantiga, que dedicaré a tus ojos de luz.
Por eso, amada, no dejes de mirarme en tus pensamientos, mientras sufro lejos de ti los rigores de esta guerra. Un solo parpadeo de tu memoria podría matarme, si sucediera en el instante en que los de Perugia sueltan sus miles de saetas contra nosotros, oscureciendo el sol de este mundo. Si tu mirada se mantiene alerta, veré venir el dardo homicida en plena noche, y tendré tiempo de oponerle mi acero; si no me olvidas ni un instante, me mantendré indemne en medio de los peligros, y volveré pronto a tus brazos, herido tan sólo por el filo de tu prolongada ausencia.
Recibe mis palabras y sánate pronto, mi dulce Clara, hija predilecta del conde Scifi, niña de sueños de lis, mujer de cuerpo frágil como arpa sensible, ángel, numen de los trovadores de Umbría, copa de los néctares silvestres, brisa de los pinos enhiestos, lumbre de las ventanas catedralicias, sombra de las torres palaciegas, rosa azul, lirio de oro, cuerpo de alma… Amada mía.