A mis Alumnos

Carta de despedida

No quería alejarme de ustedes sin escribirles unas palabras. Hacer esto no es algo común, ¿pero acaso ha sido común, vulgar, mediocre, la amistad que hemos cultivado todo este tiempo unidos por el amor a la literatura y las cuestiones del hombre? En la Era de la incomunicación y del vacío, y de la desesperanza, hemos entablado una amistad sincera y perdurable; en la Era de la indiferencia y del materialismo, hemos sabido apasionarnos en el aula fría hablando de las antiguas creencias de la humanidad acerca del alma, y el viento, y el mar, y los bosques, y el más allá; hemos hablado del amor, de Dios, de la muerte, de la “cuerda” locura de los poetas y los genios; hemos hablado, de esto y aquello, porque la realidad es múltiple e infinita, y desconoce los límites rígidos de los programas de estudio, porque no cabe en ellos. La realidad es creadora y libre, y nosotros hemos intentado ser libres y creadores… ¡realistas!, y nos hemos permitido hablar tanto de Sócrates como de Merlín, tanto de Platón como de Juana de Arco, tanto de Schliemann como de Miguel Ángel, tanto de San Francisco de Asís como de El Greco, tanto de Tomás Moro como de Poe; tanto de Prometeo como de Oscar Wilde, tanto de Bécquer como de Unamuno, tanto de Cyrano como de sirenas y unicornios, tanto de la noche como del estelar pupila humana…. Y del laberinto de Knossos, y del vértigo de la liberta, y del misterio del Santo Sudario, y de Ossián y su viaje a las islas bienaventuradas, y de las metáforas que nos enseñan que el oro es fuego congelado, y que la luz es la sombra de Dios, y del asombroso orden cósmico del universo, y de las levitaciones de Teresa en su celda de Salamanca, y hemos desentrañado juntos el misterio del combate heroico entre Perseo y la Medusa, y la fuerza de la bondad ante aquel episodio de la vida de Dostoyevski en el que el escritor ruso fue protegido por el campesino Mariei, y no hemos dejado herir por el temblor íntimo de la poesía de Bernárdez… “estar enamorado, amigos”… Y de Aleixandre, y de Machado, despreciando los estériles, inútiles análisis literarios que el mismo poeta no sabría hacer. Y nos ha ocurrido lo que a Unamuno le sucedió con Augusto Pérez: hemos llegado a sentir reales a los personajes literarios, y nos compadecimos del fantasma de Canterville, y nos enfurecimos con la cólera de Hop¾Frog, y nos alegramos con la alegría extravagante de Inocencio Smith, y nos enternecimos con el milagro acaecido a Celenia, y padecimos en carne propia los desgarramientos del Dr. Jeckyll, y ahondamos en el alma de “El Extraño” de Lovercraft, e intentamos comprender la tragedia de San Manuel Bueno, y estuvimos en el Monte de las Ánimas durante la noche de difuntos contemplando, azorados, el alma en pena de Beatriz perseguida por espectros de monjes, y hemos admirado lo sucedido al señor Valdemar, y hemos visto aparecer ante nosotros la máscara de la muerte roja a causa de la frivolidad de los poderosos….

Hemos, al cabo, soñado y pensado, y sentido. Esto, queridos alumnos, tiene un precio, pero nosotros hemos querido pagarlo, porque no calculamos las consecuencias con ojos mezquinos, ni anduvimos dando excusas vanas, ni nos hemos avergonzado de ir más allá, no nos hemos traicionado. Por el contrario, nos hemos atrevido a exclamar cada vez junto con Cyrano de Bergerac: “¡No, gracias!… ¡No, gracias!… ¡No, gracias!”, y se nos ha acusado de orgullosos, por no querer aceptar que se nos embrutezca, por querer evitar que se nos convierta el día de mañana ¡y hoy mismo! En simples ciudadanos útiles, y prácticos, y eficientes, en suma, pequeños hombres y pequeñas mujeres incapaces de la osadía de ser felices, incapaces de alzar la voz contra las mentiras del mundo moderno, las mentiras del ateísmo, el capitalismo, el erotismo, el racionalismo, el consumismo, y todos los “ismos” que hoy infectan el mundo y lo corrompen. Y nosotros hemos alzado la voz no con palabrerías banales, sino con hechos cotidianos y concretos. Se nos ha acusado de orgullosos por pensar por nosotros mismos, por cometer el atrevimiento de hacer de la materia Lengua una materia humanista, es decir, por hacer que al menos una materia no fuera pura materia, sino espíritu ante todo… Y, por cierto, una institución no puede sobrevivir siendo sólo cuerpo, y en eso se han convertido las instituciones educativas, en cuerpos sin alma, y un cuerpo desalmado hace pensar en la crueldad y en la muerte. Las autoridades de las instituciones educativas se llenan la boca con la palabra “valores”, pero a la hora de educar sólo piensan en un valor: el del dinero, y el alumno es un número, y el profesor es un número, y los padres son un número, y los alumnos son “educados” para que el día de mañana puedan hacer que los números “les cierren”, es decir, para que lleguen a insertarse exitosamente en la sociedad bien llamada consumista, puesto que nos consume; pero cuando los números “cierren”, tal vez ya no haya salida, y entonces no habrá cálculo ni contabilidad que valga.

El hombre ha sido creado para algo más grande que para ser sólo un profesional eficiente, o un negociante exitoso. Ha sido creado, ante todo, para crecer en sabiduría, y esto no es posible sin el conocimiento profundo de Dios y el alma humana, un conocimiento que no es técnico ni científico, sino amoroso…. “Ama para conocer”, decía un sabio antiguo, y decía verdad. Pues bien, el arte es uno de los tantos medios de conocimiento de que el hombre dispone para comprender la hondura de su espíritu y su destino, Y la literatura es una de las ramas del arte, no obstante las desmentidas de la literatura actual que, significativamente, se vende en los supermercados como un producto más de consumo; literatura light que es digerida en los colegios como si de manjares se tratara, pero esa literatura tiene fecha de vencimiento, y no resiste el paso del tiempo, mientras que los clásicos son imperecederos y no fermentan en la inteligencia y en el corazón una vez degustados; sí, degustados, puesto que para eso nacimos, para hallarle el sabor a las cosas, como que el vocablo sabio proviene de “sapio”, sabor, y el sabio no es otro que aquel que le ha hallado el sabor a la vida, su sentido más hondo.

No he sido un profesor perfecto, y he cometido como cualquier persona muchos errores, y, tal vez, involuntariamente, alguna injusticia; pido perdón a quien corresponda. Pero Dios es testigo de cuánto los he querido y valorado, y de cuánto me he esmerado por transmitirles algo de mi amor a la literatura, y algo de mi preocupación por las cuestiones del hombre, y puedo decir que me siento orgulloso de los frutos, porque como ustedes bien saben (lo han aprendido en los cuentos de hadas) todo fruto ¾de puro bello y sabroso¾, es de oro, y yo acaso ¡Dios lo quiera! poseo un tesoro invalorable. Lo demás, es vanidad de vanidades.

San  Carlos de Bariloche, 30 de agosto de 1996.