40. CreatividadSugerencias para un escritor novel (II)

  

  1. 1.     Cómo mantener la tensión creadora a lo largo de una obra de largo aliento.

Algo simple y esencial es tener cierta disciplina a la hora de escribir. De poco vale escribir seis horas un día y nada al siguiente, y cuatro una semana después. Es mejor la constancia, para que la energía creadora no se disipe. Esta constancia se logra fijándose un límite de tiempo para dedicarse a una obra. La manera de saber el propio tiempo es soltándose a escribir y estar atentos en qué momentos decae el impulso, la inspiración, “la gana”. Una vez que uno sabe si el tiempo propio de creación literaria es de una hora, dos, o tres horas… uno se puede organizar para reservarse ese tiempo para aislarse y desconectarse de todo.

Esto con respecto al tiempo diario para dedicarle a la creación. En general, dos horas por día es un excelente ritmo, pero cada cual debe encontrar el propio según su energía y posibilidades.

Eso sí, es crucial procurar escribir siempre en el mismo horario, porque entonces el ánimo se dispone a la creación cuando se acerca “la hora fijada”. Pasa así con todo, con la creación, con la comida y con el sueño.

En cuanto al horario o momento ideal, los escritores suelen elegir o bien la madrugada, que es cuando la energía vital está intacta, y el cuerpo y la mente acompasados con el nacer del día y la naturaleza, o bien la noche, pasadas las 22 hs, cuando ya nadie nos interrumpirá con un llamado o una visita inoportuna. Además, la noche propicia la abstracción, la fuga de la realidad tan favorable para la invención literaria. Balzac, Nietzsche y Galdós, escribían de noche. Graham Green en la madrugada. Es según el temperamento de cada cual, pero sí puede afirmarse que esos dos momentos suelen ser los elegidos por la mayoría de los creadores.

Marcar un tiempo para la creación – Elegir un mismo horario.

 

  1. 2.    Además del tiempo/duración, y el mismo horario. Es importante elegir un mismo lugar, y acondicionarlo a la propia medida.

Elegir un mismo lugar para escribir es crucial. Es la cueva del artista. Es el taller-escritorio. Ahí es donde el escritor se aparta del mundo y crea un nuevo mundo ficticio. Algunos escritores como Bernanós, escribieron en los bares, otros en su propia casa. Unos, eligen un cuarto silencioso y apartado. Otros, con al ventana abierta al fragor de la ciudad. Otros, más extraños, en la mesa del comedor, rodeados del bullicio doméstico, según fue el caso de Luis Salinas. No hay fórmulas. Lo que importa es que cada cual descubra dónde se siente más a gusto para crear y abstraerse. Pero elegir un lugar determinado, es lo ideal, por lo menos, para escribir una misma obra.

En cuanto a la mesa de trabajo, también va según el carácter personal. Unos, necesitan de un orden estricto (Dostoyevski, por ejemplo), otros de un bohemio desorden. Lo que sí es importante es crear el “climax” que se corresponde con el propio talante.

  1. 3.          Ambientación.

Para ambientar el lugar de trabajo, el “taller del escritor”, algunos encienden una vela, para crear un clima intimista (ver “La Llama de la Vela”, de Gastón Bacherlard), otros adornan las paredes de su escritorio con cuadros inspiradores, o con el retrato de uno o más escritores admirados. Miguel de Unamuno tenía un pequeño retrato de Faustino Sarmiento sobre su escritorio, porque su personalidad de hombre de acción, estadista, y escritor, lo inspiraba.

Velas, cuadros, una pila de libros bien encuadernados a la vista, u otros “objetos” que tienen el poder de ambientar, aislar, abstraer… Un mapamundi, una lámpara de hierro, lo que sea que sirva de sutil estímulo para la evasión necesaria al acto creador. La sugestión de los objetos es inmensa. Cuando Pérez Galdós visitó a Pereda en su casa de Santander, al entrar en su escritorio le dijo: “Así cualquier escribe Sotileza y Peñas Arriba”, porque el ámbito de su escritorio era idílico. Una especie de espacio fuera del espacio, de limbo en el que era posible soñar despierto.

Hay quien escribe con música, clásica o moderna. Serena o ruidosa. Para concentrarse hay quien necesita aturdirse un poco, de lo contrario cae en una especie de excesiva concentración perjudicial para la liviandad ínsita a la creación genuina. Otros, precisan movilizarse con música sensible. En general, la música de percusión desconcentra, molesta, o la que es muy enfática. Tolstoi decía de la música de Beethoven que era “diabólica” porque era imposible no escucharla, y arrebataba contra la propia voluntad. Algo semejante ocurre con la música de Chaikovski. Más bien, es apropiada una música de cuerdas cuyos sonidos se deslizan a la par del fluir de la conciencia. Se dice -y quien esto escribe lo tiene comprobado-, que determinada música barroca estimula la creación. No la que es melancólica o muy lenta, sino la que tiene “espíritu”, como es el caso del Canon de Pachelbel, y todavía más… las obras de Marin Marais.