Una Noche en el Monte Sinaí

Recreación de una anécdota de N. Kazantzakis

            Una noche, tres amigos ascendían por la pendiente del Monte Sinaí esperando llegar a la cima antes del amanecer. Estaban ansiosos por respirar el aire en el que habían sonado las voces de Dios y de Moisés, cientos de años atrás.

“Hagamos un alto para reponer fuerzas”, propuso el de más edad al llegar a una planicie del Monte, y los otros dos asintieron. Encendieron un fuego, repartieron hogazas de pan y queso de cabra, y colmaron sus copas de madera con vino de Grecia.

“Amigos míos —dijo el más joven—, ¿cómo se imaginan el Paraíso?”, y antes de que alguien pudiera responder, él mismo habló de este modo: “Yo me lo imagino como un lugar con mujeres siempre jóvenes, banquetes inacabables, y siestas profundas sin sueños ni sobresaltos”; al oír esto, otro se entusiasmó y dijo: “Para mí el Paraíso es un lugar con una eterna primavera, ríos de leche y miel manando en sus valles, montañas de roca de cristal, amaneceres que duran un año entero, y aldeas tranquilas en las que habitan los grandes hombres de la historia, para ir a conversar con ellos cuando me plazca”.

“¿Y tú?”, preguntó el más joven al de más edad, que había oído sonriente y en silencio el relato de sus compañeros de aventura: “Yo imagino el Paraíso como una planicie del Monte Sinaí, en la que tres buenos amigos se detuvieron para encender un fuego, beber vino griego, saborear una hogaza de pan con blanco queso de cabra, y hablar del Paraíso a la luz de las estrellas”…

 

 

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