De Rerum Natura…
(Acerca de la naturaleza de las cosas)

Relato verídico 

     El paraíso debe ser muy similar a aquel valle. Verdes praderas esmeraldas; mallines cubiertos de pastos dorados; transparentes hilos de agua cayendo de lo alto de las montañas… Unos caballos pastaban magníficos y libres a la vera de un arroyo, ahuyentando los insectos con sus colas largas y brillantes.

—¡Miren! —exclamó Teresa con el rostro encendido.

Una enorme yegua blanca se revolcaba en la hierba. Se volcaba a un lado y a otro lado rítmicamente, como buscando el raro equilibrio que le permitiera permanecer un instante con las patas en alto, galopando en el aire.

Nicolás se arrodilló para tener una perspectiva distinta de ese bello espectáculo. Teresa y yo nos acercamos al animal cuanto pudimos, con sigilo.

—¿Estará en celo? —dije en voz baja.

Teresa se tapó la boca para no soltar la risa.

—Yo creo que nada más se refriega el lomo —me dijo al oído.

Cuando estuvimos a poca distancia del animal, nos agazapamos detrás de unos pastos y lo contemplamos a nuestro antojo. La yegua, exultante de salvaje vigor, resollaba con el belfo tremolante, y rodaba sobre su lomo moviendo elásticamente las patas delanteras. Las leyes de la naturaleza parecían transmutadas; no alteradas, sino tan sólo… transmutadas, liberadas acaso, como en los cuadros de Marc Chagall. Si en aquel momento ese corcel se hubiese elevado por los aires, me habría admirado, pero no tanto como para dudar de la fidelidad de mis sentidos, pues aún más extraño que ver a esa yegua alzarse por los aires, era ver que un cuerpo dotado de tan furiosa vitalidad permaneciese apegado a la tierra.

Teresa se aferró a mi brazo, y apoyó blandamente su cabeza en mi hombro: «te amo«, dijo en un susurro.

El animal, aprovechando el impulso de una rodada, se incorporó al fin, y comenzó a galopar en círculo dando pequeños saltos plenos de furor contenido, y a relinchar con increíble estridencia. Tomé la mano de Teresa, y se la apoyé abierta en el suelo para que sintiera el sordo temblor de la tierra; pero ella, tomando a su vez mi mano, la llevó hasta la altura de su corazón y la apoyó fuertemente contra su pecho: “Te amo”, volvió a decirme, pero no con palabras…

File not found.