Golondrinas, Aves de la Esperanza…

Carta que pudo escribir el humilde campanero de San Juan de Capistrano, Paul Arbiso, quien durante toda su vida anunció la llegada de las golondrinas a ese lugar de Estados Unidos en el que vivía desde los quince años de edad.

Paul Arbiso, que había nacido en 1895, murió el 16 de noviembre de 1994  en la misión de San Juan Capistrano, a los 99 años. Un indio juaneño llamado Aku le había enseñado a tañer las campanas. No se designó sucesor.

Golondrinas, aves de la esperanza… ¿De qué otra manera podría llamarlas? Cada año regresan a este campanario trayendo en las alas aires nuevos de países lejanos. Cuando, luego de un muy largo año de espera, las diviso en el horizonte, me figuro que no son aves migratorias lo que veo, sino una bandada interminable de cartas de amor; pero a medida que se van acercando, dejo de ver lo que veía, y es un ángel magnífico lo que viene hacia el pueblo con vuelo majestuoso… Un ángel; un mensajero del cielo que anidará en mi humilde campanario durante su estadía en la Tierra. Luego, misteriosamente, dejo de ver un ángel, y lo que atraviesa el azul es una flecha blanquísima procedente del arco de un dios: una flecha que se ha de clavar dulcemente en mi costado, como ocurre todos los 19 de marzo, aquí, en San Juan de Capistrano. Seguidamente, cuando ustedes ya están tocando el límite aéreo del pueblo, lo que veo es un signo extraño temblando en la altura, un signo que intento descifrar como si de eso dependiera el curso de mi destino, pero es en vano, y nada descifro, pues no soy más que un pobre jardinero que apenas ha aprendido el arte de leer. Por último, con honda emoción, veo al fin que son ustedes las que llegan, queridas golondrinas, y puedo oír cómo las campanas se ponen a temblar ávidas de darles la bienvenida, y yo, para pregonar la buena nueva a las gentes (como lo hago desde hace más de sesenta años) y para cumplir con mi sencillo oficio, pongo a batir las campanas como un loco, temiendo en secreto que la vibración del bronce retarde un poco su llegada, pequeñas amadas mías.

Golondrinas, benditas aves del Señor, en todos los años que hace que soy campanero de Capistrano, nunca me han defraudado. Siempre han regresado a tiempo luego de viajar ocho mil kilómetros desde el remoto país de Argentina. Y yo, ahora, aquí, a mis noventa y nueve años de edad, les escribo estas líneas, simples pero rebosantes de gratitud, para que el día en que ya no esté aquí esperándolas (y esto será muy pronto) sumen esta carta mía a vuestra bandada de amor… ¡Oh dulces almas migratorias!… ¡Oh aves de la esperanza que siempre retornan!… ¡Que siempre retornan!

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