Rocío
Vida leve y recóndita que aún ayer no existías
y en su vientre morabas como un haz de penumbra,
luz sin peso y sin alas, voz sin boca y sin hálito
que ovillada en el seno de tu nombre dormías.
Eras toda silencio en tu nada estrellada,
era el fondo del Verbo el calor de tu nido
y en la noche sin luna de tus solas pupilas
una niña sin rostro con pavor se miraba.
Pero estaba en los ojos de otro ser el espejo,
pero estaba en el cielo de otro espacio tu vida,
y tus pies sin conciencia de su bello destino
persiguieron la huella zodiacal de una estrella.
Así entraste en el mundo y en la mar de la sangre,
a sumarte a la antigua procesión del latido,
y a dejar modelarte en la más pura arcilla
por las manos pacientes y el amor de tu madre.
El Viento
El espíritu sopla donde quiere.
San Juan.
Diríase que el mundo está encantado
en esta tarde en que aletea el viento
por las festivas copas de los árboles
en las que abreva la raíz su anhelo.
Pareciera agitarlo el hondo aliento
de la dulce palabra que lo crea
y que el alado nombre de las hojas
soplara entre el verdor de la arboleda.
¿O del recinto ignoto de las cosas
el espíritu arcano se subleva
para vagar en torno de los cuerpos
que el fuego mismo de su amor sustenta?
¡Ah! cómo mi jardín se diviniza
si el viento es el pensar de la materia
y en qué unidad feliz se arremolinan
las almas de las rosas y las piedras.
En tanto que los árboles se inclinan
al son de sus conciencias,
es bueno que el espíritu, me digo,
hoy sople donde quiera.
A Elisa, que después de Morir
besó mi Frente
Era el ocaso, silencio y sangre,
y yo sentado a mi escritorio
con vena exangüe sin que Pegaso
me remontase sobre los montes…
silencio y sangre.
Mi mano, inerte, porque sabía
que un alma grave no se levanta
con una pluma sobre los aires
que exhala el día de los mortales…
porque sabía.
Cuando mi frente ¡hora bendita!,
¡precioso instante!, sintió quemarse
cual si unos labios en llama viva
se le posasen desde otro espacio…
hora bendita.
Cerré los ojos. Cayó la pluma
sobre la luna de la hoja en blanco,
mientras su beso de despedida
me bendecía desde lo alto…
cayó la pluma.
Y este fantasma que soy, de barro,
sintió pavura de que un ser vivo,
y tan amado, se le acercase
para besarlo desde ultratumba…
que soy de barro.
Y tú de cielo, de fuego y gloria
tu cuerpo todo transfigurado,
sin una huella de la memoria
sobre la frente, bajo las manos…
de fuego y gloria.
Belleza invicta tendrás ahora
como en los años de celosía
en que eran rosa tus hombros blancos
en los que, Elisa, las blancas alas
tendrás ahora.
Y tus cenizas las quiere el lago,
para tornarse aún más sereno,
aún más profundo, y hasta más claro,
para que pueda mirarse el cielo…
las quiere el lago.
Hasta mi ocaso. Hasta esa hora
que será mía por ser mi hora,
cual fuera tuya la de esa tarde
en que tu beso quemó mi sangre…
¡Hasta esa hora!