Invocación

Se me dilata el alma más allá de sus bordes
al calor inminente de una presencia alada,
y ya no será el ama del silencio la noche
cuando el canto dormido de mi adentro se expanda.

La legión del instinto que estranguló mis voces
no acalló sin embargo mi oprimida garganta,
y ya no dará el ave las más puras canciones
cuando el verso que anido bajo el pecho se abra.

Compondré cada cuerda de mi antiguo cordaje
y haré trizas el clave de mi nueva cantada,
y no ha de haber quien pulse más divinos acordes
cuando el cuerpo tañido de mi lira al fin arda.

Escribiré entre tanto con la voz de la sangre
de esta herida remota que pues la punzo sangra,
y ya no habrá quien sea adalid de dolores
cuando el cáliz latiente de mi cuerpo se parta.

Pero qué cataclismo de furiosas pasiones
el ejército inquieto de mi espíritu aguarda,
¿no estará en la potencia de mi brazo el mandoble
que de un golpe desquicie la razón que me aplaca?

Pero qué tempestades de dolor y de goce
el océano virgen de mi ánima aguarda,
¿no estará en la violencia de mi lengua el azote
que a los cuatro elementos de mi cántico abstraiga?

Subiré hasta la cima de mis hondos dolores
una noche en que el viento me arrebate las alas,
y del hombro del ángel guardador de mis dones
tomaré la alba pluma que me fuera signada.