Marcus

Heraldo del otro cielo
arcilla del verbo amar,
tu nombre sala mis labios
tu cuna mece mi hogar.

Saltaste de nuestra sangre
cual pez que pare la mar,
martillan las olas verdes
un yunque de luna y sal.

Luciérnaga levitada
que horada la oscuridad,
hiciste de nuestra casa
un bosque puro al entrar.

Por él se pasea descalza
el alma de una mujer
llevando los pechos llenos
de savia para tu ser.

De líquido fuego blanco
que un día nutrió el Edén
y hoy preña a todo tu cuerpo
de un albo y raro poder.

Por obra de ese milagro
tu carne todavía es
un poco de humano barro
y un mucho de leche y miel.

Por eso si escucho el llanto
que brota de tu niñez
me sabe al más dulce canto
que yo jamás paladeé.

Y si me asomo a tu nido
veo un pesebre también,
tu lecho es el de un dios niño
mi pecho es una Belén.

Aquí te llevo hijo mío
con toda mi calidez,
retumbos de este latido
oirás hasta en tu vejez.

Así los sones profundos
de ardiente paternidad
redoblan en este mundo
con ecos de eternidad.

Te beso y alzo muy alto
te canto y hago reír,
y son balanzas mis brazos
que pesan el porvenir.

Mas saben unos por sabios
y yo por hombre feliz
que no hay otro peso al cabo
que el ahora y el aquí.

En cada instante dorado
que observo tu humanidad
arranco y muerdo algún tallo
del árbol de la verdad.

Mirar cómo abrís tu mano
y la girás como a flor,
es ver a Psique admirando
el cuerpo que poseyó.

No hay nada al fin comprensible
si no halla su encarnación,
ni fe ni dicha es posible
sin antes ser uno Dios.

Yo fui hasta tu nacimiento
un solo y simple mortal,
ahora soy uno y trino
y al mundo salvo en tu paz.

Mirarte sonreír dormido
en los brazos de mi amor
es comprender los arcanos
del alma y la religión.

En Occidente es el Hijo
el Santo Espíritu y Dios,
y en el Oriente está Brahma
unido a Shiva y Vishnú.

En este panteón doméstico
que acá viniste a fundar
están en triángulo místico
tu madre, tu padre y vos.

Pero no somos deidades
severas y sin pasión,
el mundo es loba romana
goteando lácteo licor.

Exprime sus ubres rojas
quien sabe amar y gozar,
lobezno de mis amores
dos lunas te hacen aullar.

Advierto en tu risa loca
y en tu anheloso berrear
que corren por vos las gotas
de un sustancioso lagar.

Tu esencia pura y salvaje
el mundo querrá aplacar,
no hay Dios ni mundo ni ciencia
más cierto que tu verdad.

Quien sigue la estrella insigne
de su noble corazón
descubre que late un día
en vasta constelación.

Y que llegó hasta ese cielo
del orden universal,
siguiendo los derroteros
del Numen individual.

Escandalosa aventura
es el humano vivir,
marcado por la mixtura
del gozar y del sufrir.

Mas es por esa alternancia
del subir y del bajar
que aún mezclan sus puras ansias
Eva desnuda y Adán.

Es deleitosa pastura
el cuerpo de la mujer
cuando el centauro no duda
en darse y en poseer.

Será hasta tu edad madura
una quemante obsesión
hasta que troques tu hartura
en fuerza y en creación.

Entonces en la mirada
de tu amada brillará
la siempre viva ternura
de tu madre sin igual.

Y cuando acunen tus brazos
al vástago de los dos,
serás el que fue tu padre
y de estos versos autor.

La clave de oro del cosmos
está en su perpetuidad,
que todo es uno y lo mismo
y un cíclico retornar.

Así la Rueda Sagrada
del perpetuo devenir
vuela por valles y riscos
y su eje es de rubí.

Estrella desbarrancada,
pupila del gran Brahmín,
lo que toca su mirada
ya no se puede morir.

Posaste tu pie en tu cuna
crujió el cimiento del mar,
pasó por nuestra ventana
la Rueda y su ojo estelar.

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