¿Cómo sería recibido hoy un filósofo que escribiera que el cuerpo y la materia son algo impuro e indigno de la creación directa de Dios; que el matrimonio, la familia y la sociedad son trampas mortales para el hombre que busca la sabiduría; que el sexo es algo maligno; que la verdad sobre la vida es privilegio de unos pocos que conocen fórmulas filosóficas secretas, y que el cuerpo y el espíritu son opuestos irreconciliables?
Se lo calificaría de fanático y retrógrado, y a su obra se la condenaría al último anaquel...